Bajas pasiones

El rugido

22 junio , 2010

«No merecen las lágrimas ni el enfado de la gente. Han engañado a todo el mundo y ya se empieza a saber la verdad sobre el comportamiento de esos raperos de los suburbios que han apartado a Gourcuff por ser un francés de clase media alta de un pueblo de la Bretaña y no provenir de los suburbios de París»
Del editorial de L’Équipe.
La moribunda selección francesa, quién iba a decirlo, ha puesto sobre la mesa un asunto apasionante: el de las luchas de poderes en los equipos, el de los clanes, el del arraigo. Los futbolistas, antes que cualquier otra cosa, son mamíferos. Más concretamente, felinos consicentes de que su supervivencia va ligada a la extensión del terreno que tienen a su disposición.
El jugador de élite es habitualmente un solitario orgulloso como el sociópata Anelka, un leopardo acostumbrado a cazar por libre. Pero los futbolistas saben que a veces no les basta con su ego para extender una efectiva red de influencia en un equipo. Eso suele ocurrir en la selección, donde muchos grandes futbolistas compiten por muy pocas plazas y falta la rutina del día a día para conspirar con paciencia y en la sombra. La cita mundialista, el mayor escaparate de egos que pueda imaginarse, es el escenario perfecto para que estos asesinos autistas se unan y conformen auténticas mafias delictivas como la que se ve en Francia con los Henry, Gallas, Evra, Anelka y compañía. Lo que se ve estos días es sólo el rugido del león herido que aún reclama su presa, su espacio, sus hembras. En definitiva, sus minutos de juego y su ascendencia.
En las raras ocasiones en que se suman los egoísmos, la cacería se convierte en un espectáculo grandioso y coral con dos daminificados: los débiles de espíritu y el ambiente en la selección. Tal vez a alguien esto pueda parecerle ruin. Pues bien, estas almas sensibles harían bien en comprender que el fútbol es ruin, una hoguera de vanidades, un vestuario de miradas torvas en que los chicos de un barrio miran mal a los de enfrente y en que cada felino juega por su orgullo y por el de sus amigos de infancia. Por
proclamar al mundo que los gamberros de su calle eran los más talentosos, los más chulos, los más duros, los mejores.

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