Frivolidades

El ejército de los 100.000 tarados

18 diciembre , 2012

Contrariamente a lo que podría pensarse viendo las gradas de un estadio, el fútbol es un asunto muy personal y serio, un diálogo silencioso entre uno mismo y el jugador que lleva el balón. En ese santuario íntimo no es recomendable meter a desconocidos durante esos 90 minutos, porque este deporte puede ser también una medida muy exacta de nuestro grado de estupidez e incivilización.
El domingo afronté esa desagradable experiencia de confrontar mis fobias y filias a las ajenas. Quiso Dios que justo delante mío me tocara en gracia una señora, de unos 40 años y conocimiento futbolístico precario cuyo principal placer y cometido era el de aplaudir a Puyol a cada acción. Eso incluye los balones fuera, las pérdidas de posición, sus esprints fallidos tras Falcao y en definitiva todo aquello que agitara su Gloriosa e Incorrupta Melena. Justo detrás, tenía un gerundense cabestro de unos 30 años y con diagnóstico de internamiento urgente en centro psiquiátrico. Encadenó un «hòstia puta, què cardeu!» tras otro hasta que el marcador fue de 4-1. Acusó a Xavi de dormitar sobre el césped, criticó a Messi e Iniesta, insultó a Busquets. Lo más curioso es que se manejó con genuina y sincera indignación durante esos 89 minutos, tratando a los 11 del Barça como si fuesen culpables de siete descensos consecutivos.

A estas incomodidades se unen los aplausos del minuto 17 con 14 segundos (en la primera y en la segunda parte, ojo, la patria necesitaba lo primero y lo segundo), que en ambos casos forzaron un molesto anticlímax. El colmo de mi turbación llegó ante el inaudito espectáculo de los aficionados levantándose de su asiento para aplaudir a cualquier sustituido, sin importar su rendimiento, nombre o historial. Así, Pedro recibió tratamiento de semidiós tras un partido discretísimo, mientras Adriano se llevaba la ovación que el Camp Nou reservaba para el día que Kubala reaparezca -¡alehop!- súbitamente sobre el césped. Todo ello guarda cierta coherencia con lo que ocurría a esa hora en la televisión del club, donde se rendía homenaje a Reiziger. Gracias a un hábil montaje, aquella agresión estética parecía Cafú. Y particularmente triste fue el recibimiento a Villa, aclamado por la afición como el Redentor que viene a salvar a un equipo que lleva quince jornadas sin chutar entre los tres palos.

En efecto, ver al barcelonismo ante el espejo deformador de los decibelios del Camp Nou es deprimente. Uno se acuerda de que en esencia somos el club mayor de un país donde Lloll Bertran es una estrella. Uno recuerda de que el fútbol nos infantiliza y nos idiotiza, y que en ciertas culturas tendemos a una hiperemotividad de memos. Pero sobre todo, uno concluye que en el fútbol somos todos unos tarados y que para ciertas cosas es mejor no mezclarnos con nuestros iguales.

10 Comentarios

You must be logged in to post a comment Login