El hombre

Los cates (y III): El bateador caído

14 junio , 2014

Un equipo con un delantero que se va  los 41 goles y 15 asistencias debería poder ganar títulos. Y un equipo que logra 148 tantos en un año no parece tener un problema en la delantera. Sin embargo, es en la delantera donde acaban por aparecer en toda su crudeza las carencias del resto del equipo. La defensa infame y colgada del larguero repercute en un centro del campo deslavazado y lento. Y todo lo anterior contribuye a ver una delantera sin armonía ni grandeza. A ello hay que añadir que seguramente en ninguna zona del campo se acusa tanto la falta de fe y frescura: un delantero sin convicción es poco menos que un zombi.

Y a pesar de su fracaso en las grandes citas, de su gigantesca impotencia, conviene recordar cuánto disfrutamos con el fútbol y cuántos pequeños placeres nos han regalado estos pistoleros venidos a menos. Conviene recordar que en este año mediocre asistimos al colosal relato de la caída de La Bestia.

Alexis. 8. Quijotesco. Alexis habla raro, anda raro y juega raro. Dribla mejor de espaldas que de cara, vive mejor sin balón que con él y nació con el don de hacer gritar tribuneros. Pero el nueve del equipo acaba la temporada siendo el segundo jugador más importante del equipo en producción goleadora: 21 goles y 14 asistencias. Y siendo, sin duda, el delantero del equipo con una mejor actitud y ambición. Y sin embargo, ahí le tienen, en la parrilla de salida rumbo a otro club porque por él -un jugador hambriento- nos pagarán más que por Pedro -metáfora del delantero saciado-. Es posible que el Barça merezca titulares con más calidad que la que tiene el chileno, pero resulta difícil de explicar su adiós viendo a quienes le han rodeado. En cualquier caso, los defensores de este quijote tenemos consuelo: nos deja tres alaridos con sus goles a La Banda en tres temporadas. Nos deja ese otro golazo que metió al Atlético, paradigma de la insensatez del tío con fe. Y sobre todo, nos deja ese balón que flotó y flotó hasta llegar al centro de nuestra felicidad. 

Pedro. 6. Vulgarizado. Algún día veremos a Pedro como pieza clave del mejor equipo que hemos visto jamás, al de la final de Londres de 2011, y nos preguntaremos si era el mismo jugador que 10 años después se jubiló en el Camp Nou entre la indiferencia y el embarazo de una afición que le aplaudía desganada y sin saber muy bien por qué. No ha existido un delantero que encaje mejor con La Bestia Parda y sin embargo, se ha convertido en un tío de citas menores, de hat-tricks al Getafe, de pólvora mojada en los grandes días. De hecho, fue casi siempre suplente en esos partidos y eso, amigos, nos habla mucho de cómo entrenó y cuánto le sigue gustando el fútbol. Parece que el año que viene seguirá entre nosotros. En fin: siempre le querremos. Pero nos gustaría no empañar su recuerdo con esta versión descafeinada que nos da desde hace tres temporadas. 

Neymar. 6. Interruptus. Neymar es un futbolista de otro planeta. Con todo un país como Brasil esperándole desde siempre para ganar su Mundial, coge y debuta con un doblete. El gozo de tenerle de azulgrana sólo es comparable a la decepción por un año incompleto. Comenzó obsesionado con la figura de Messi, tratando de no molestarle, buscándole más de lo necesario. En el tramo anterior al parón navideño, dio lo mejor de sí mismo, con su velocidad supersónica y su clase de elegido. Pero ahí llegó la absurda lesión del maldito Alfonso Pérez y se truncó su año: al volver, ya era el ansia hecha jugador, con un drama judicial e institucional desencadenado entorno a su persona y con otra lesión en ciernes. Para dar la talla exacta de lo que es Neymar nos quedan cuatro pistas: debutó marcando al Atlético para ganar un título, luego supimos lo difícil que era eso. Vacunó a La Banda en el Camp Nou, en una noche en que ejerció de líder. Nos queda la mayor joya técnica vista esta temporada. Y por último y sobre todo, el día que demostró que detrás de su sonrisa y sus anunciantes y mierdas hay ahí un jugador con una ambición inmensa y un competidor formidable. Los gritos de su celebración, de verdad, dejaron mudo a más de uno. Neymar nos ha dado noches de felicidad, pero un jugador como él debe darnos todo. 

Tello. 5. Olvidado. Un chaval con su juventud, quinquerío y velocidad debería tener más minutos. A costa de tenerle en la jaula como a tantos otros jóvenes, el Tata consiguió desnaturalizar su juego y destruir su confianza. Cuando le tocó jugar parecía una lenta sombra de sí mismo, una forma de decir que sólo corría el doble que Hleb y tres veces más que Ezquerro. Suena como moneda de cambio en ortos fichajes, esperemos que los que le reemplacen, sobre todo un fenómeno llamado Deulofeu, tengan más oportunidades: ningún delantero resiste la condena del banco eterno. 

Messi. 6. Vacío. Algún día podremos contar en nuestras crónicas de la desdicha que hubo un tal Muhammad Ali que dejó el boxeo por una guerra cuando estaba en lo más alto; que con estos ojos vimos a Michael Jordan enfundado en la ropa de bateador fallido, que asistimos a la caída de Leo Messi desde su condición de Dios del balón a la de maravilloso delantero. Y podremos decir que su abismal abandono de las alturas no llegó por no cuidar el físico y por aquel kilo que no quiso perder cuando se lo pidió Brau, ni por el horrendo fútbol que se producía a sus espaldas, ni por su cercanía al cártel del 87. La humanización le llegó a Messi cuando sólo contaba 26 años pero cuatro Balones de Oro, cuando perdió el propósito. Fue entonces cuando se vio en un negro vacío y dejó de jugar como si llevara toda la semana enjaulado esperando al silbido inicial para arrasar con todo. En ese estado menor se fue a los 41 goles y 15 asistencias y produjo obras de arte con la pelota prohibidas a cualquier otro mortal. Pero perdió su sello: esas ansias de ganar, esa mirada omnipotente.

Pero esto no es una necrológica. Podremos contar también que hubo un día en plena depresión en que La Bestia Parda visitó el Averno y decidió que era un buen día para arrancarse las ropas de bateador y pisotear esa puta gorra. Fue ahí donde decidió recordarnos que seguía siendo él con una actuación a la altura de su leyenda, con el toque más exquisito del año, con tres goles, con una asistencia y con su mirada androide. Fue así cuando su pueblo comprendió que su absurdo disfraz era la metamorfosis de la leyenda que va a asaltar el Mundial; fue así, martirizando a La Banda, cuando muchos entendimos que bajo su disfraz de caído se escondía aún el Dios que vino al mundo para hacernos felices, y que siempre podremos esperar el retorno de su avalancha de balón.

Y en realidad no sería la primera vez que ocurre: está la historia de ése que volvió de la jubilación para ganar el combate de todos los tiempos en Kinshasa, y la de aquel otro que resucitó para volver y ganar tres anillos y toda la gloria. Aceptemos su relato: Messi no vino al mundo para meterle hat-tricks al Granada. Messi vino para hacerse hueco en la eternidad: es justo ahí y justo entonces donde le esperamos.  

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