Champions

El pueblo del balón

7 junio , 2015

Somos el Barça.

Jugamos al ataque y lejos de nuestra portería. Con tres delanteros. Nos gustan más los pases al hueco que los taconazos. Vamos de blaugrana. El planeta fútbol ama el césped verde de nuestro estadio, un coloso con el nombre más horrendo del planeta: Camp Nou.

Tenemos defensas técnicos y nos duelen los ojos con los futbolistas que no saben tratar el balón. Tenemos tan buen gusto y nuestro paladar es tan fino que sólo los mejores delanteros del planeta resisten a las comparaciones: las comparaciones son con Cruyff, con Maradona, con Stoichkov, Romário, Rivaldo o Ronaldinho. Del Barça han sido los más grandes de siempre. Y los pocos que no lo lograron, pobres, se lo perdieron.

Es en el centro del campo donde se distingue al Barça. En unos rondos que martirizaban y atormentaban a gentes criadas en otras culturas, a leyendas como Eto’o. En Barcelona el juego suena tac-tac-tac-tac. Liverpool da chutadores y Alemania tanques; Barcelona produce chavales flacos, hiperactivos que toda la vida, tac-tac-tac-tac, la han pasado en compañía de una pelota y languidecen sin ella. Son los mismos niños que legislan en los patios de los colegios -«De punterón no vale»- y que tienen problemas de consciencia cuando dan una hostia.

Somos el Barça. El franquismo nos robó a Di Stéfano y seguimos adelante. Rexach lleva medio siglo ahí, y sobrevivimos. El nuñismo se coló en la cocina del club y ahí permanece, manteniendo su titánica batalla entre futboleros y comedores de canapés. Migueli cobra del club, pero a pesar de todo, a veces ganamos.

A veces.

A veces vamos a Berlín a disputar un choque que recordaremos de por vida por los vuelos de Buffon, la clase inmensa de Marchisio, la locura de Vidal, el abismo del empate y las diagonales de Tévez. A veces nos pasamos la pelota cuando la portería rival está ahí mismo, a veces tenemos capitanes descomunales como Iniesta, El Ángel Exterminador, MVP de la final.

Y cuando las cosas van mal y la desgracia ronda, el balón llega a Messi, el mejor de siempre. Y Suárez nos regala un paseo por su felicidad, una felicidad oscura y desmedida mientras hace el avión sobre el escudo del Barça en una imagen que ya es tan nuestra como el abrazo a tu padre el día de tu boda. Y como somos gente de extremos, culminamos la final con el gol de Neymar, un gol con el que enloqueció como en su Libertadores con el Santos, para auspiciar un orgasmo colectivo que llegó a todos los rincones de la civilización. Tras su gol, la gente reía, lloraba y gritaba de felicidad. ¿Saben qué decían? Somos el Barça, somos el fútbol.

Ay, amigos. No siempre ganaremos. Con nuestro juego, nuestro paladar y nuestros cánceres cuesta mucho. Pero que suene el balón en la calle, que la gente se lo pase. Ése es el camino: el balón, el mismo que hará posible que los prodigios de 1,74 acaben en nuestro equipo, que hará que al Jorge Messi del futuro se le ocurra pensar en el Barça. La pelota y su sonido y esa pared y esa combinación. Y se sucederán las noches como la de ayer, que han teñido de blaugrana la ciudad del balón. El planeta fútbol, una vez más, sonríe.

Vean esa copa, la copa soñada, y no frieguen aún esas manchas de cerveza del comedor. Cántenlo: avui l’amor per fi retorna a la ciutat. Y antes de entregarse al insomnio, permítanse una frivolidad: acaricien esa pelota olvidada en el armario, denle las gracias, bésenla, nadie les mira. Y permítanle incluso dormir con ustedes esta noche. Amigos, nos están permitidos los excesos porque somos el pueblo del balón.

14 Comentarios

You must be logged in to post a comment Login