Éxitos

El campeón budista

21 diciembre , 2015

«Así –y esto Govinda lo sabía-, así sonríen los seres perfectos».

Siddhartha, Herman Hesse

El 20 de diciembre de 2015 se acabaron los rivales. El último tramo hasta la cima resultó extrañamente tranquilo; el Barça pareció rodar con su mallot amarillo por los Campos Elíseos. La iamgen del partido fue esa sonrisa relajada de Messi en el túnel de vestuarios, una sonrisa que fue letal para un rival que jamás creyó en el milagro. Puede que por eso el partido derivara en un puñado de patadas para frenar un atropello futbolístico de primer orden.

Pasadas unas horas, sorprende recordar esa sensación de superioridad ante un rival histórico, argentino y en una final a partido único. Es cierto que la decadencia de los clubes sudamericanos parece imparable y es muy probable que los cuatro mejores jugadores de ese continente estén hoy en el Barça (sí, Bravo merece ya ciertos galones después de ganar tantísimo). Tanta suficiencia quizás anule la épica, pero sí reclama un esfuerzo memorístico: hace sólo un año, Luis Enrique estaba más fuera que dentro del club después de empatar en Getafe y una inmensa mayoría del pueblo azulgrana creía que el Barça se encaminaba a una implosión irremediable. Ya lo ven, doce meses después sólo quedan los alienígenas como candidatos a echarnos del ring; a nuestros pies yacen montañas de cuerpos.

Este viaje de 12 meses hasta llegar a la gloria deja una sensación aún más impactante: la de que el paseo de Tokio no ha sido una excepción. Echando la vista atrás, uno recuerda al Barça jugando al límite de la competitividad y la supervivencia en contadísimas ocasiones: La Banda en el Camp Nou, esa brutal pelea ante el Bayern en casa, diez minutos dramáticos ante la Juve y la prórroga contra el Sevilla. El resto del tiempo este todocampeón se limitó a mantener el juego dentro de los cauces de la lógica, porque en esa lógica la victoria era segura.

Si el Barça de Guardiola fue la quinta esencia de la belleza, el toque y el aplastamiento, el legado del equipo de Luis Enrique es el de un competidor que sabe que va a ganar y aborda esa realidad renunciando a la pasión y a la furia. El nuestro, el de las tres bestias, es un Barça budista. Con todos sus defectos, se ha convertido en una criatura perfecta que ya habita en la eternidad.

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