Copa del rey

Copa del Odio, episodio final

20 mayo , 2016

Espóiler: me dispongo a joderles la vida.

«Y Sevilla, Sevilla, Sevilla / aquí estamos contigo Sevilla / compartiendo la gloria en tu escudo / orgullo del fútbol de nuestra ciudad. Ooooooooooohhh oh oh oohh oh / oooooooooh oooh oooh oooh oooh / ooh ooh oooh. / Ejemplo de sevillanía / familia roja y blanca / del Sánchez Pizjuán / Mi corazón que late /gritando Sevilla / llevándolo en volandas / por siempre a ganar.  Y es por eso que hoy vengo a verte / sevillista seré hasta la muerte / la Giralda presume orgullosa / de ver al Sevilla en el Sánchez Pizjuán».

Y así permanezca, en bucle en sus cabezas, hasta el fin de los días.

Uno no sabe cuándo el Sevilla se convirtió en un antagonista para el Barça. Fueron décadas de choque de estilos (Versalles contra carnicerías Martagón) pero seguramente fue ese puto himno de su centenario, llamado El Arrebato, el que iluminó a Monchi e hizo del Sevilla un equipo hipercompetitivo que desde los tiempos de Ronaldinho ha ganado ocho títulos. Ocho, atención, sin perder una final de Copa del Rey (jugó dos) ni de Europa League (jugó cinco). En esta década larga, a esa pesadilla del Nervión sólo se la ha visto perder Supercopas y acumula más títulos que un Atlético que vive la mejor etapa de su historia.

Ya es poético que sea este equipo, entrenado por Vincent Emery Vega, el que aparezca en la estación final de esta Copa del Odio. Recapitulemos: primero el Villanovense se ofendió muy fuerte por no sé qué cosa del Barça acabando el partido con diez con 6-1 en el marcador. Después el Espanyol, ay, el Espanyol, con sus agresiones y sus homenajes al mourinhismo metropolitano. A continuación, el Athletic, esa buena gente que odia el balón y que consideran que Iniesta fingió en un atentado sufrido en San Mamés, razón por la cual prefieren a La Banda.

Como la cosa se ponía dura de verdad, en semifinales tocó ese otro horror barcelonófobo que es el Valencia, una auténtica calamidad que cierra un año lamentable en el que ha sido capaz de robarle al campeón de Liga cinco de los seis puntos en juego. No busquen, nadie más logró tal cosa.

Así que era lógico que en la final nos tocaran los del Arrebato, el sudor y la potra para ganar finales. Más allá de sus virtudes futbolísticas (que desnudan y acallan a los imbéciles de la Liga de Dos) el Sevilla se ha especializado en una suerte de raptos de locura competitiva, un creer por creer, que le ha convertido en un rival absurdo y temible. Es el mismo rival de la última y angustiosa Supercopa de Europa.Y no nos engañemos: resultan antipáticos, un gran colofón a esta Copa de confraternización, mimos y amor.

El asunto, para colmo se dirimirá, además, en un ambiente de sano postfranquismo por las prohibiciones y contraprohibiciones del cafrerío patrio.

Pese a todo, no les engañaré, uno ve la final del domingo con optimismo: la plantilla del Barça lleva una semana entera pensando en el último partido de la temporada, el último nada más y nada menos, que convierte una temporada de nueve en una de nueve y medio y suma una nueva Copa. Los jugadores han entrenado y descansado con eso en la cabeza, sin jugarse su título más importante entre semana como le ha pasado al Sevilla con el Liverpool. Y todo ello con la vacuna del pasado mes de agosto. De hecho, y pedimos perdón de antemano, la cosa nos huele a goleada, sí, disculpen, así somos. Huele a festival de despedida de un Barça que ha hecho un fútbol asombroso durante muchas fases del año. A recital postrero de Neymar, de La Bestia, de Suárez. A recordatorio de que el puto Arrebato es un clamoroso plagio de ese horror llamado Sueño tu boca. A que, sencillamente, somos el Barça en modo seek and destroy.

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