Cavernícola

El Tema

8 octubre , 2017

Qué hermosa semana nos ha deparado el fútbol para explicar el conflicto político que vive Catalunya y la ruina moral que corre al Barça. El domingo, mientras una caterva de chavalotes musculosos entonaban el «A por ellos» con sus porras, Bartomeu evitaba suspender un partido. La Liga, la que dirige ese demócrata llamado Tebas, amenazó con restar seis puntos al equipo. Y los jugadores no quisieron saber nada del tema. Que fueran consultados, y no informados, muestra la situación de fragilidad extrema del presidente y puede que también de sus intenciones reales. El razonamiento del vestuario resulta obvio: el problema es tuyo y los milagros, a Soto del Real. La decisión de salvar los puntos y perjudicar al presidente con varias dimisiones y una nueva remesa de portadas críticas constata un divorcio que ya desborda Instagram.

Conviene preguntarse también a quién benefició que se jugara el partido: a quienes quisieron minimizar los hechos, a quienes justificaron las cargas, a los que en última instancia entienden que la unidad del Reino lo justifica todo, a los que viven amparados en las Santas Escrituras de Herrero de Miñón y Amigos.

Luego llegó Piqué a masajear a la Catalunya melindra y a hablar de movidas inconoclastas como son las urnas. Y claro, fue pitado por la chavalada; sabemos que el fútbol no es el más fecundo de los nidos de cultura. Nada grave. Mucho más nocivas nos parecen las manifestaciones que han aparecido durante la semana por parte de compañeros suyos de equipo, de selección, de Masia, de ciudad. «Yo solo me dedico a jugar al fútbol, seguramente sería mejor que todos hicieran lo mismo», afirmó Busquets. «Venimos para jugar a fútbol y no a hablar de la vida (…) Las opiniones personales son de cada uno», añadió Thiago.

Y aquí ya vamos llegando al meollo del asunto. A Busquets no le parece bueno opinar. A Thiago no le parece bueno hablar de la vida, ni compartir opiniones personales. Ambos coinciden en que las opiniones generan conflicto, ruido, perturban la paz. Y hacen que sus paseos por las Cartagenas del mundo sean menos plácidos. Pero alto ahí. ¿Todas las opiniones? Veamos qué dijo el capitán de la Roncha al respecto. «Es cierto que se ha mezclado el tema político y el deporte y eso creo que es un error», afirmó, track 1, Sergio Ramos; también que «hay un bien colectivo que es el fútbol, el Mundial». Remató su semana el capitanísimo valorando el discurso del Rey: «Para mí chapó, más que impecable, era necesario para todos los españoles».

La pregunta está ahí: ¿son nocivas todas las opiniones? ¿O acaso sólo lo son ciertas opiniones? ¿Acaso vivimos en un lugar que que se puede hablar de todo, excepto de una pequeña cosa que no está a debate? Uno se inclina a pensar que sí. Y, oh sorpresa, el asunto irrenunciable no es el veto a la antropofagia con recién nacidos. Es algo mucho más decisivo: la unidad de La Sacrosanta.

Es tan crucial, ese asunto, que no se puede cuestionar, y que incluso sin ser cuestionado durante décadas, ha situado a todo un pueblo bajo permanente sospecha. Tras cuatro décadas de prosperidad y ciencia, ya asumimos como normal que las figuras públicas catalanas estén constantemente en el punto de mira. Que los catalanes no pueden tener cargos o empleos importantes de Estado a no ser que se hayan hartado a rechazar públicamente el independentismo: en efecto, los aspirantes catalanes deben superar una prueba iniciática que es la de renegar de Catalunya del mismo modo que los niños espartanos cazaban un lobo. Hemos asumido que si Gasol es símbolo pero Xavi no, es por el Tema. Comprendemos que tendremos un presidente catalán en el gobierno de España justo después -ya es mala suerte- de que suenen las trompetas del apocalipsis. Vemos normal que a los futbolistas catalanes de la Coja -también a los que le dieron los mayores éxitos de su sudorosa y trágica historia- se les cuestione por cómo doblan las michetas, por cómo vibran durante el himno, por cómo pronuncian la ese. Pronto se les preguntará si sienten cosquillitas en la barriga viendo a la cabra de la Legión, hermosa es ella. [Spóiler: Más les vale].

Entrar en el stablishment patrio -en el político, el cultural, el social, en el del Íbex-35-, supone para los catalanes un examen extra que se da por supuesto: el de estar políticamente sano. Por eso Duran Lleida era diálogo, faro y concordia y Tardà es prácticamente un terrorista. Si el presidente de la CEOE es catalán, señal que ha sido virulento con la cuestión. Si una empresa catalana es líder en España en su sector, mucho será que no haya manifestado hasta la saciedad que en el Tema está con los buenos. Si Víctor Grífols no es nadie en Madrid y José Luis Bonet es un referente, el Tema también. Y no me hagan compararles el reconocimiento de que gozan en las Españas Cabré y Sánchez Piñol con el de Marsé y Mendoza (te quiero, Gurb). Además, ya nos resulta hasta normal que la elite del Reino abrace antes a gente de ideario fascista, cuando no de pasado directamente franquista, que a independentistas. Es sencillo: el stablishment no admite disidencia su olimpo. Entreténganse ustedes en enumerar catalanes que pintan algo en Madrid y a continuación hagan el recuento de independentistas. Es desternillante, de llegar a las lágrimas.

En efecto, es tabú. Está en juego la supervivencia de la cosa. Por algo el abuelo Paquito se nos habría hecho sociata antes que afrontar el Tema. Por algo Rafa Nadal -España- nos aleccionó a  millones de catalanes indicando que el 1-O era «como saltarse un semáforo en rojo». Por algo A por ellos. Por algo (nos) vamos, Rafa.

Ustedes habrán visto en estos últimos días convulsos que sus Facebooks y Whatsapps se convertían en verdaderos divanes donde sus amigos y parientes, con formidables faltas ortográficas, explicaban por qué se sienten españoles, catalanes o adoradores de becerro de oro. No nos apetece en este agujero de fútbol y brocha gruesa contar nuestras cosas, porque somos catalanísimos y amigos de nuestra intimidad, pero sí que constatamos que no es normal que un catalán no pueda decir que no se siente español. No es normal que millonarios deportistas con la vida arreglada proclamen que de según qué mejor no opinar. Que demos por bueno que los patriotas españoles afronten la cuestión de un territorio que se siente agraviado como si se tratara de su cojón derecho, un cojón al que ven horrendo y al que culpan de que la rubia del Tercero nunca quisiera repetir, pero al que profesan, vaya por dios, un apego extraordinario y fanático. Enloquecen, por tanto, a la menor mención del asunto con la agresividad que sólo se entiende desde la perspectiva de una mutilación genital. No es normal que con nuestro nivel de vida comencemos a pensar que tenía razón el chiflado que dijo que nos tratan como a una colonia. No es normal que durante años el Tema se haya zanjado hablando de leyes y no de razones. No es normal que hasta Tejero opine del asunto y encuentre eco en el relato mayoritario español. Ni que, durante años, verdaderos predicadores locos que atentan contra la convivencia hayan tenido programas en horarios de máxima audiencia dedicados a explotar algo tan ancestral como el odio a Catalunya que pactica Castilla (envuelta en sus harapos / desprecia cuanto ignora). No es normal que a nosotros, los García, Collado, Manrique y Gutiérrez catalanes, se nos acuse de racistas -también de nazis, terroristas, insolidarios, explotadores y violadores de bebés-. Todo ello con impunidad y un consenso que va desde Quevedo a Vargas Llosa. No es normal que la escuela catalana goce de idéntica fama a los campos de entrenamiento del ISIS. No son normales el silencio ante la irrupción de las alcantarillas policiales en la cuestión, ni el aplauso popular al 155, ni las palabras, precisamente esta semana, a favor de los cabestros de la porra.

Busquets y Thiago son hijos de esta cultura enferma cuando piden que no opinemos de los asuntos. Busquets y Thiago piensan que el silencio lo cura todo, cuando el silencio es precisamente el origen de todo cáncer. En este rincón ignoramos cómo se arregla esto e ignoramos dónde se sitúan las mayorías (querríamos averiguarlo, pero ya tu sá). En este rincón queremos a los españoles, tan imperfectos como nosotros, pero nos cuesta ese Estado que también es mental y donde PP y Monarquía ocupan demasiado espacio. En este rincón no tenemos ni idea de cómo arreglar el asunto, pero constatamos que el Congreso nunca condenó la dictadura y que la Fundación Franco sigue siendo legal, cuando poner unas urnas es merecedor de todo oprobio, toguerío y violencia. En este rincón siempre con la cosa de la negociación, pero estaría bien que alguien reconociera en voz alta, al otro lado de la mesa, que hay una idea, la idea de la independencia de los catalanes, que es aberración, el nunca jamás. Así el planeta entero comprendería qué es lo que hay que negociar.

En este rincón nos negamos a aceptar que una sociedad haya instaurado en nuestro inconsciente un ogro que responde al nombre de Tanques en la Diagonal y que hay cosas que es mejor no decir. En este agujero rechazamos que nuestro sentir y nuestro pensar queden proscritos a la intimidad, y que ya ni en nuestro estadio, en nuestra catedral, podamos anular un partido por respeto a nosotros mismos.

Porque el Tema es cómo pensamos y cómo sentimos. Si no podemos pensar y tampoco podemos sentir quedamos reducidos a la noble y silenciosa condición de calçots. Nos estaría bien si no fuera porque el calçot no tiene boca y amigos, nunca callaremos. No cuando está prohibido pensar distinto.

Y no cuando sabemos que sin rebeldía, sin desprecio de la tradición, de las tablas de la ley y del miedo, seguiríamos en la catacumba, la hez, yendo a cuatro patas y, seguramente, jugando con doble pivote.

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