Blatter rules

Milongas

29 noviembre , 2017

El fútbol se americaniza a toda velocidad y eso no es nada bueno: como saben, en la MLS, Villa es todo un ídolo. Pero ni siquiera esa aberración frena el fenómeno, y el fútbol se americaniza irremisiblemente, al mismo ritmo que un planeta que ya celebra el Black Friday, Halloween, San Valentín. A punto estamos de comenzar a criar pavos en los rellanos para el Thanksgiving y de montar hermandades AlfaOmega en nuestros coles de barracones.

Por malo que sea, conviene asumirlo: vivimos una perniciosa época en que este deporte trata de explicarse mediante números. Ya no hablamos de los recuentos de goles, ni de la sofisticación de anotar las asistencias. Absolutamente todo cuanto pasa en el césped da la razón a un puñado de futbólogos que esgrimen ábacos, calculadoras, Excels y complejos modelos geométricos. Hay varias explicaciones para que esta metástasis algorítmica haya irrumpido en nuestro vergel: por una parte, hay un boom de empresas deportivas que ofrecen por esta vía consuelo y guía a entrenadores y clubes que hace 30 años habrían recurrido a brujas, videntes y médiums de toda calaña. También tiene su parte de culpa la falta de alfabetización futbolística del pueblo llano, que a veces necesita ver en una estadística que Bale alcanza los 35 kilómetros por hora en carrera tendida para darse cuenta de que el galés, cuando no está en la camilla, es una yegua prodigiosa metida en un orejudo y bípedo cuerpo.

Conviene señalar como responsables de esta tendencia también a la plaga de infógafros y estadísticos que asolan los medios de comunicación y que se han empeñado en sofisticar un deporte que se practica desde hace un siglo en los arrabales, descampados, vertederos, playas y colegios de todo el planeta sin necesidad de nada que funcione a pilas o lleve cables. En su futbofobia, esa buena gente considera una deshonra que este deporte lo hayan practicado homínidos como el Tato Abadía, Tocornal o generaciones enteras de uruguayos que jamás se preocuparán de que nadie les haga like a una foto en Instagram. Tozudos, quieren convertir el fúmbol de siempre en una cosa moderna y tecnológica; son los mismos lerdos que aspiran a sacar de la impresora 3D la receta de arroz con leche de su tatarabuela.

Hay una última categoría de enemigos del balón que también sol culpables del auge de los numeritos por doquier: los futbolistas a los que el juego ya no sostiene el contrato y que tienen que inventarse un rendimiento que no aparece en ningún sitio más. Querrán nombres: hombre, Cristiano es el maestro mundial de esto. Lleva seis temporadas sin regatear a nadie más que a Mascherano pero sigue ganando balones de oro a cuenta de empujar pelotas que están en la línea; todo vale en la loca carrera por maquillar la propia contribución al equipo. Otro: Cesc Fàbregas, el mejor asistente de la historia de la Premier. En fin, la Premier.

Por suerte, en medio de este proceso formidable de milongas, estartapeo y gomina, el verdadero fútbol irrumpe ajeno a la aritmética. Los números, en efecto, no explican la grandeza del pase que sirvió Messi a Alba en Mestalla. Ahí el estadístico goza poco: una asistencia, un remate a puerta, un gol. Si es tan fácil, señal de que es verdadero, auténtico. Ningún número nos puede ayudar a explicar por qué conmueve tanto el golpeo de La Bestia en la acción, de dónde saca esa sensibilidad en un pie rodeado de tela y tacos, ni cómo envuelve el balón en la décima de segundo en que acaricia el balón. Ese mimo, ese tacto, esa materia omnisciente que guía la acción para convertir el espacio a la espalda de Montoya en El Dorado y a Jordi Alba en el hombre más feliz del planeta ante un balón destinado sólo a él. El fútbol, por suerte, se impone a la mentira.

Pero conviene estar alerta.

Sospechamos, amigos, que los que defienden los numeritos son los mismos que defienden la tecnología sobre el verde, las mismas iaias histéricas que tras olvidar el móvil en una cafetería presentan denuncia por robo, piden que se cierren las fronteras y claman a favor de la pena de muerte para los carteristas. Porque no les han concedido un gol, angelitos. En este rincón siempre nos tendrán con la anacronía y contra todo aquello que aproxime un solo milímetro el fútbol a la Fórmula 1; estaremos con lo que se veía en el patio del cole y contra todo aquello que surge de la mala conciencia de la FIFA y la compleja y dúctil moral norteamericana. Sepan que aquí estaremos siempre del lado de los que asumen la imperfección de la vida, la misma que con tanta precisión ha reflejado el fútbol desde siempre. Porque sabemos que tras las imperfecciones, atropellos e injusticias, amanecerá la verdad y el arte, encarnados en un simple pase por encima de la cabeza de un defensa, indetectable a calculadoras, cerebritos y leguleyos, y sólo apreciable desde la única medida del fútbol: el alarido.

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