Campeón

Inmortal

28 mayo , 2009

Véanle flotar. Estremece ver el pánico en las caras de dos mitos como Ferdinand y Van der Saar. Él, el que no crecía. El que jamás llegará al metro setenta. El que, en su segundo partido en el Barça, siendo Infantil B y midiendo 139 centímetros, se rompió el peroné.
En la ciudad de las camisetas azulgrana los desconocidos se abrazan y lloran, cantan y ríen. Es por su Barça, sí, por sus amigos y parientes, por la justicia balompédica. Por el dios de Keita -Alá- y también por el de Eto’o -mejor no saberlo-. (http://www.elmundo.es/elmundodeporte/2009/05/26/futbol/1243328370.html, http://ecodiario.eleconomista.es/futbol/noticias/1282803/05/09/Etoo-Alla-arriba-hay-un-Dios-justo.html).
Felicidad. No es sólo por su Barça, ese equipo mitológico que jugó una final sin ninguno de sus cuatro defensas titulares para demostrar que al fútbol se gana atacando. Felicidad por el fútbol, ese deporte que prima la motivación y eleva a ese delantero limitado que es Eto’o a la categoría de leyenda. Por el fútbol, sí, ese deporte extraño en que el minúsculo Messi es el futbolista más grande de un planeta donde según la FIFA hay más de 1.200 millones de jugadores.
Él, un atleta enano que convirtió al veteranísimo Sylvinho en un mar de lágrimas infantiles. Él, que hizo feliz a Henry dándole la Copa que el fútbol le había negado. Él, que no tiene alas. Él, que mide 1,69 y luce el 10, que aterrorizó a dos gigantes que suman cuatro metros. Él, el niño que nos recuerda que el fútbol es el deporte más democrático jamás inventado. Messi, ese artista sobrecogedor. El gigante de este Barça inmortal.
PD. Anoche se cumplieron 1.335 días desde el día en que escribí sobre la magnitud de Messi. En aquella ocasión no pude titular yo la pieza. Ahora que soy tricampeón de Europa, recuerdo aquel reportaje, al que añado mi propio título:
Un coloso llamado Leo
El marco de la ventana está atravesado de arriba a abajo por multitud de marcas hechas con bolígrafo. Apenas están separadas por unos milímetros, y en el trazo se adivina una mezcla de perseverancia y angustia. Podría tratarse de una reproducción a escala de los récords de Sergei Bubka, pero salta a la vista que se trata de algo mucho más humilde: la más alta de las marcas no alcanza la altura del español medio.
La ventana pertenece a un apartamento contiguo al Camp Nou, en el barrio barcelonés de Les Corts, donde vive Lionel Andrés Messi (1987, Rosario, Argentina) en compañía de Jorge, su padre. Tal vez la última de estas marcas fue grabada el pasado lunes, cuando juró la Constitución española en un juzgado de la capital catalana y culminó una taimada jugada del Barcelona para salvar el último escollo que ha vivido en su breve y azarosa carrera. Desde esta noche, el Zaragoza puede sufrir en sus carnes el hecho de enfrentarse a una delantera formada por Ronaldinho, Eto’o y el atribulado Messi. Su alineación podría desembocar en más polémica, ante la amenaza de impugnar de algunos clubes.
Su viaje empezó un domingo del año 1992, cuando, con cinco años recién cumplidos, Doña Celia atendió a las súplicas de su nieto y accedió a llevarle a jugar al fútbol junto a sus hermanos mayores, Rodrigo y Matías. Hasta ese día, Lionel Andrés se conformaba con patear furiosamente la pelota que sus padres le regalaron por su cuarto cumpleaños.
Doña Celia, que solía ir a los partidos de sus nietos con el cometido principal de gritar a los árbitros, dejó ese día en paz al hombre de negro. Estaba asombrada. El pequeño Leo jugaba con niños más mayores y llamaba la atención. «Era admirable, porque nunca antes había jugado», recuerda su padre.
Enseguida convencieron a sus padres para que se uniera al Grandoli, un equipo de barrio. Destacaba en cada partido y el rumor se desató: había en la ciudad un pibe que la rompía. Jorge Grifa, responsable por entonces de las categorías inferiores de Newell’s Old Boys, se hartó de oír hablar sobre el niño y convenció a sus hermanos, que estaban en el club, de que le llevaran al joven fenómeno.Llegado el momento, le convenció a la primera: «En los picaditos era pura sangre y corazón, peleaba con cualquiera», rememoran los que le vieron jugar. Su progresión era espectacular y con sólo siete años, Leo se acostumbró a hacerse fotografías con admiradores y a firmar sus primeros autógrafos. Su equipo lo ganó todo y empezó a viajar a campeonatos de mayor prestigio con las categorías superiores.
No obstante, con 11 años, la familia se dio cuenta de que algo no iba bien. Leo no crecía. Hacía tiempo que era conocido como La Pulguita, y se temía por su salud. El club y la familia dejaron su caso en manos de un prestigioso médico, quien tras seis meses de intensas pruebas físicas tras las que Leo quedaba mareado y al borde del desvanecimiento, concluyó que el niño no crecería más sin hormonas artificiales. Era un tratamiento que costaba 900 dólares cada dos meses, pago que la familia Messi, a la que se había añadido una hija, pudo hacer frente gracias a la implicación de la empresa en la que trabajaba Jorge Messi y a una fundación. «El mismo se aplicaba una inyección todas las noches en cada piernita», recuerda su padre.
Pero pasados dos años, el apoyo económico desapareció. Argentina ya se asomaba al precipicio, con De la Rúa en el poder, y el cabeza de familia de los Messi decidió probar fortuna en España ante los rumores de absorción de su empresa por parte de un grupo brasileño. En Barcelona tenía contactos y dio el salto en busca de mejores perspectivas profesionales. Consigo se trajo a Leo, que tenía concertada una prueba en el Camp Nou.
Era el verano de 2000, y Carles Rexach, secretario técnico del club, necesitó cinco minutos para asegurarse, con una firma en una servilleta, de que el talento del pequeño delantero se desarrollaría en el Barça. La única exigencia del padre del prometedor jugador era que el club se hiciera cargo del tratamiento de su hijo, cosa que la entidad cumplió a rajatabla.
Con el problema del empleo y el piso resuelto, Jorge Messi convenció a su esposa y a sus hijos para que abandonaran Argentina y se instalaran en Barcelona. Nada fue como habían esperado. Messi no se adaptaba y su hermana lloraba cada día. La madre de Leo tuvo que marcharse precipitadamente por un problema de salud de su hermana, y el resto de sus hijos decidieron volver con ella. Pero eso no era todo: en su segundo partido con el infantil B, a Leo le rompieron el peroné.
«Le dije a Leo que, si quería volver, la decisión era suya. Y él, con 13 años, me miró y me dijo: ‘No, yo me quedo aquí, quiero triunfar en el Barcelona’. Aún se me pone la piel de gallina cuando lo pienso», explica su padre.
Ambos iniciaron entonces la costumbre de registrar cada mes su altura en el marco de la ventana con un bolígrafo. A su llegada medía 139 centímetros. Con la familia dividida, Leo tuvo que acostumbrarse al teléfono y los chats para saber de su madre y hermanos.A los 15 años, de pronto, empezó a crecer. Su eclosión futbolística estaba al llegar. Fuentes del club recuerdan que en el verano de 2003, le dijeron al futbolista que sólo ascendería al Juvenil A si hacía una buena pretemporada. A las primeras de cambio, en un torneo disputado en Japón, consiguió el premio al mejor jugador y su pasaporte para el A. Su progresión se había disparado.
En los 10 primeros partidos, marcó 21 goles. El Barça C, que por entonces estaba rozando la zona de descenso, fue su siguiente destino. En su segundo partido, contra el filial de La Gramenet, demostró de qué era capaz logrando un hat trick en la victoria (2-3). Tras estabilizar al equipo en la tabla, lo mandaron al filial. Su calidad también impresionó al técnico, Pere Gratacós, y empezó a hacerse habitual que alternara entrenamientos entre el B y el primer equipo. Fue ese año de vértigo cuando el futbolista debutó con el primer equipo en un amistoso contra el Oporto. Su debut oficial llegó unos meses más tarde ante el Espanyol, y su primer gol, ante el Albacete y de perfecta vaselina, le convirtió en el goleador más joven de la historia del club en Liga (17 años y 10 meses).
Tras la consecución del título de Liga, la marca que viste al club lanzó un espectacular anuncio bajo el eslogan Acaba la Liga, empieza una era. El último plano del comercial mostraba a Messi dirigiéndose a la cámara con una frase que resultó premonitoria: «Soy Leo Messi. Recuerda mi nombre».
Sólo un mes después, en el Campeonato del Mundo sub’20 disputado en Holanda, confirmó lo que ya había apuntado en el Suramericano disputado unos meses antes. Fue el líder de su selección, el máximo goleador y el mejor jugador de un torneo que revalidó Argentina. La prensa bonaerense le encumbró como El Mesías, y el mismísimo Maradona le proclamó su sucesor: «Aimar y Riquelme son cracks, nos llenan el corazón y los ojos. Pero Messi tiene una marcha más. Con él tenemos la gran posibilidad».
El propietario del Inter, que también siguió el campeonato, mostró en público la debilidad que sentía por él: «Es el único futbolista por quien haría una locura». También Fabio Capello, que lo sufrió en el Gamper, se unió a los elogios: «¿Has visto lo que le ha hecho a Cannavaro? No veía una cosa así desde que estaba Maradona en el Nápoles. En mi vida he visto un jugador tan joven hacer las cosas que nos hizo a nosotros».
Las alabanzas no se limitaron a eso. En cuanto se destapó que una contradicción en la normativa sobre jugadores asimilados -extranjeros que llevan más de cinco años formándose en la cantera de un club español-, el Barça empezó a sudar tinta. La Liga de Fútbol Profesional, donde el Real Madrid ejerce una buena cuota de influencia, frenó el cambio de normativa. El futbolista recibió jugosas ofertas y el Barcelona se vio obligado a renovarle hasta el 2014 con una ficha que levanta todo tipo de especulaciones, además de acelerar la tramitación de su documentación española.
No hay malos augurios en el horizonte. Su entorno en la ciudad está formado por su padre, que ejerce también de representante, y por su hermano Rodrigo. Es una persona tranquila y reservada, cuya única preocupación es la atención a la prensa. Deco y Ronaldinho son sus principales cicerones en el vestuario, y Rijkaard asegura que no tendrá en cuenta la fecha de nacimiento a la hora de alinear a la joven perla.
Esta misma semana, y tras obtener la doble nacionalidad, Messi seguía con su desparpajo habitual en los entrenamientos, donde se ha acostumbrado a asombrar con su solvencia en el juego a primer toque, sus explosivas arrancadas y sus cañonazos con la zurda. Tras un lance en uno de los rondos, Samuel Eto’o se lanza las manos a la cabeza: «¡Ya no se respeta nada!», exclama. Tiene toda la razón. Messi le acaba de lanzar un caño a Deco, que le amenaza ante la sorna de los presentes: «Te voy a cortar el pelo», musita el portugués.
Pero Messi no tiene nada que temer: el marco de su ventana acredita ya que mide 1,69 metros, tres centímetros más que Maradona. Todo un coloso.

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