Blatter rules

Contra la modernidad

13 julio , 2009

Hay por ahí meapilas panfletarios que sostienen que fútbol y política no pueden mezclarse. Llegan tarde: el fútbol lleva décadas siendo política. Uno de los primeros en darse cuenta de ello fue Mussolini, que hizo todas las trampas habidas y por haber -incluyendo amenazas de muerte, compra de partidos o nacionalizaciones irregulares, como la de Luis Monti, el mozo de la imagen- para dar a Italia sus dos primeros Mundiales.

La fuerza pública del fútbol no ha hecho otra cosa que crecer desde los lejanos años 20 y 30, con lo que mantenerlo alejado de la política se ha convertido en absurdo. Hay que asumirlo y posicionarse. Y desde aquí, esta caverna se proclama ultraconservadora.

Antes de perder a mis tres lectores, me gustaría explicarme. Por ultraconservador quiero decir que rechazo las novedades en un deporte en que está todo inventado desde Di Stéfano: ganan los buenos, los que más lo quieren; y para ello vale casi todo. A pesar de eso, la plaga del marketing lleva unos años tratando de convertir este deporte sencillo y de barrio en un producto capaz de atraer a las sofisticadas damas de Park Avenue, Manhattan, Nueva York, muy lejos del mundo real.

En los últimos tiempos hemos sufrido errores lamentables como el Gol de Oro o aberraciones como el Gol de Plata. (Por cierto, la UEFA llegó a estudiar algo aún más pintoresco: tras los 90 minutos se chutaban penaltis y después venía una prórroga en que el empate bastaba al equipo que había ganado la tanda; de haber sido aprobado se habría llamado, sin duda, Gol de Detritus). También por eso se ha convertido la Copa de Europa en una competición que sólo es tal en su segunda mitad, ha desaparecido la entrañable Recopa y ahora la UEFA se convertirá en un horror aún peor que el que ya teníamos. Y qué decir de la Copa Confederaciones, o de la Intertoto.

Estas frivolidades también han acabado por llegar a los clubes. NAP Laporta (léase Nuestro Adiposo Presidente) presentó este año una canción versionando Boig per tu que sirve para animar al Camp Nou o para justificar el sueldo de las cabecitas pensantes que trabajan en ese club y que desconocen quién fue Duckadam. Sencillamente horripilante. Núñez fichó a Blanc para tener audiencia en Francia. El Espanyol trae a Nakamura y se le llena el campo de japoneses.

Qué pena, que diría el poeta de las ondas. Esto es mucho más fácil: dos camisetas hacen una portería y un balón hace el resto. Quien quiera otra cosa, que ensaye las virtudes del feng shui en los bonsais, una práctica que arrasa en Park Avenue.

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