Intercontinental

El cabo de Hornos del fútbol mundial

16 diciembre , 2009

«Fue un lejano 13 de diciembre de 1992 en Tokio, sazonado con el insufrible sonido de trompetas de la afición japonesa. El Barça perdió (1-2) ante el Sao Paulo y el recuerdo de aquel partido, que por motivos de los husos horarios se transmitió en España de madrugada, se limita a las lágrimas de Albert Ferrer tras el choque y a la mirada perdida de Pep Guardiola, que parecía preguntarse si alguna otra vez tendrían la oportunidad de ganar la Intercontinental (…)«.

Así comenzaba la previa que me tocó escribir en diciembre de 2006, cuando el decadente Barça de Ronaldinho intentaba el segundo asalto del club a la única competición que le falta. Volvieron a perder. No con goles de Raí, uno de gónada y otro de una falta que a punto estuvo de provocar una pelea entre Stoichkov y Zubi. El Barça de Rijkaard cayó sin épica, con un tanto a la contra de un tal Carlos Adriano Gabiru que retrató a un equipo que hizo una sola ocasión en 90 minutos.

Ha corrido poco tiempo y el Barça se asoma otra vez más a su última frontera. Lo hace con un equipo memorable, con clase, músculo y motivación. Con un entrenador que difícilmente habrá olvidado la derrota de hace 17 años, y con el reto inverosímil de conseguir su sexto título en un año, algo que nadie ha hecho. Algo que le haría igualar los 41 títulos desde que el fútbol es en color para igualar a La Banda de la era post Di Stéfano.

Semejante hito me ha hecho pensar en un huesudo navegante inglés, Sir Francis Chichester, que en 1967 hizo la primera circunnavegación del globo en solitario con un velero y una sola escala. A lo largo de su singladura, se obsesionó con el extremo sur de América, el temible cabo de Hornos. «Una tormenta de invierno sobre una costa batida por las olas es una experiencia para destrozar los nervios. No así el la mar del cabo de Hornos. Uno allí se entusiasma ante tan estupenda exhibición de sublime poder. La misma muerte resultaría insignificante con un escenario semejante», escribió.

Guardiola lo sabe: la muerte, en un escenario como el Mundialito no importa. La audacia por llegar hasta aquí, por conquistar el planeta y hacer historia lo compensan todo.

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