Éxitos

Un día

20 diciembre , 2009

 «I s’ha demostrat, s’ha demostrat que mai ningú no ens podrà vèncer». (Del himno del Barça).

No hay aficionado que no conviva con la certeza secreta de que su equipo es el mejor, el número uno, el que ha nacido para ser admirado alrededor del mundo. No hay aficionado que pueda resistirse al vicio de creer que su equipo es el elegido a pesar de los palmarés desnudos, las derrotas cotidianas, el juego atroz, o las plantillas infames. El buen futbolero se aferra a que la profecía está aún por cumplirse, porque es, en esencia, un campeón del optimismo.

Estas designios de gloria jamás se cumplen. A pesar de todo, los aficionados cargan con sus miserias, sus desgracias, su resignación. Y siguen soñando que un día ya verán todos, un día el mundo sabrá. Un día.

Un día Messi anota con el pecho, con el escudo, y nos demuestra que la belleza del fútbol va mucho más allá de los malabarismos y la velocidad, nos explica que el fútbol es sentimiento, es marcar con el corazón y celebrarlo con un alarido. Un día Piqué pelea un balón en las nubes, resucita a Alexanko y se la deja a Pedro, y el Barça empata en el último suspiro. Y llora Guardiola y pocos barcelonistas pueden reprimir sus lágrimas.

Un día se redondea el relato más épico jamás contado, los seis títulos, el más difícil todavía, el límite de la imaginación. Con cantera, con un juego único. Con estrellas que asombran a los niños de todos los lugares del planeta. Con una ambición psicópata que sólo puede recordar a la fe del mar, de cada ola, de todas las olas, cuando cargan una y otra vez, y otra más, sabiendo que un día derribarán el acantilado.

Que un día dejan de ganar porque no queda nada por ganar. Se acaban los rivales y sólo quedan banderas blancas y paseos triunfales. Tras de uno, la nada. Enfrente, la nada. Un equipo que haría temblar al Honved de Budapest, al Madrid de Di Stéfano, al Brasil de Pelé, al Milan de Sacchi o al Dream Team. Y Guardiola llora y dice que «el futuro es negro», que no se ve con fuerzas de repetir lo que nunca nadie hizo antes. Y los jugadores susurran: «Tal vez ni tú ni yo volvamos a ver una cosa así».

Recuerden su nombre. Recuerden a Puyol y a Eto’o, a Pedro y Hleb, a Márquez y Pinto. Recuerden a un bloque invencible. Fueron las primeras comanecis de la historia del balón. Sobre todo, fueron los campeones que nos confirmaron que el soplo que alguien nos dijo en la cuna -«Som els millors«- no era ninguna mentira, que la revelación era cierta.

Ante el abismal triunfo conseguido, el barcelonista se lleva un consuelo para toda la vida. Sabe que volverá a perder, claro, que caerá, humillado, que generaciones de jugadores playboys y directivos ladrones arruinarán su sueño, que los árbitros le desquiciarán, que ganará La Banda. El barcelonista aguantará. Aguantaremos porque sabemos que somos los mejores, ya lo logramos una vez, y volveremos a hacerlo.

Un día.

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