Blanco impoluto

Muera la inteligencia

25 marzo , 2012
Ocurrió el Día de la Hispanidad de 1936 en la Universidad de Salamanca. El paraninfo estaba atestado de falangistas y carlistas, también asistieron la mujer de Franco y varios militares que apoyaban el golpe contra la República, entre los que sobresalía en barbarie José Millán-Astray. Del auditorio salió el grito «¡Viva la muerte!», lema de los cabestros de la Legión. Un tal profesor Maldonado tomó la palabra para decir que «Cataluña y las Vascongadas» eran «cánceres en el cuerpo de la nación» y para felicitarse de que el fascismo sabría «cómo exterminarlas cortando en la carne viva».

Tras varios aullidos franquistas, Miguel de Unamuno, rector de aquella universidad, tomó la palabra para poner algo de humanidad en aquel esperpento haciendo referencia al hecho de que Millán-Astray era tuerto y manco: «Desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor».

Su heroico discurso vino seguido de un conato de linchamiento público y del grito de Millán-Astray que pasó a la historia para definir la esencia del franquismo: «¡Muera la inteligencia!». Tres palabras que han retumbado estos días en mis oídos a raíz del bochorno del Villarreal, cuando La Banda, tras ser claramente beneficiada por el arbitraje, montó un zafarrancho atroz en protesta contra el árbitro. La pataleta no ha amainado aún, ya lo saben: ahora no hablan con los medios, están cómodos clausurados en su mundo de bilis y paranoia. Llamativo también resulta ver las iniciativas de la afición dando pábulo a la locura de Mourinho. «Tu silencio es el grito del madridismo» es el inexplicable hashtag que ha inundado Twitter desde entonces. Una falta de autocrítica total, idéntica a la que se produjo después de que el Quincazo Segundo se negara a pedir perdón por su agresión a Tito Vilanova y una pancarta lo bendijera: «Tu dedo nos marca el camino».

A pesar de Aznar, del Tito Flo y de las mayorías absolutas del PP en Madrid, sería injusto y simplista hermanar al fascismo con ese club. Pero sí llegamos a la conclusión que en un país donde no se hubiera gritado «¡muera la inteligencia!» en su universidad más antigua sería impensable el amparo mediático y social que está recibiendo Mourinho. En un país que no hubiera vivido una Guerra Civil para recuperar los valores del medievo no habría hoy tantas decenas de miles de personas tan dispuestas a bunkerizarse en uno u otro bando ignorando premeditadamente la verdad; en un lugar donde el tirano murió en la cama 39 años después del golpe no sería normal la ciega adhesión al primer caudillo que se les cruza. Y más aún cuando ese caudillo, no siendo tuerto ni manco, arrastra tan evidentes mutilaciones.

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