Nunca vistos

Los nunca vistos (XII): Marcos L.

11 noviembre , 2012

Nadie recuerda exactamente cuándo Marcos L. decidió jugar a fútbol en el patio del colegio. Ocurrió de un día para otro, cuando tendría unos 13 años. Hasta ese momento se había dedicado a actividades sospechosas, que nada tenían que ver con el balón. Rápidamente supimos que no era un jugador particularmente dotado. Destacaba por su imponente mata de pelo rubio y una enorme nariz.

En aquel tiempo jugábamos desde las 13.05 horas hasta las 13.45, cuando una campana nos obligaba a comer. A eso de las 14.10, convenientemente atiborrados, volvíamos al partido. La segunda parte era realmente angustiosa: en algún momento se abrirían las puertas del colegio y el campo se llenaría de los finos paladares que comían en sus casas, señal de que habría que volver a clase.

Fue en uno de esos segundos tiempos, cuando en el ambiente se olía la tensión de que en cualquier momento acabaría el partido, cuando Marcos L. hizo la acción por la que permanece en el recuerdo. Perdíamos por uno y habíamos subido en avalancha a por el empate. Pero el balón se perdió y los rivales tiraron un contragolpe a placer en que cuatro de ellos encaraban a Marcos. Ajeno al pánico que invadió a sus compañeros de equipo y sabiéndose el último defensa, se plantó muy recto, en esta flamenca postura, y sacó un pulgar y una sonrisa.

Recuerdo confusamente que varios compañeros de equipo que corríamos desesperados a auxiliarle caímos fulminados entre carcajadas. Desde ahí vimos cómo la acción acababa en nada. Todo eso ocurrió una década antes de que la sonrisa de Ronaldinho resucitara el Camp Nou y conociéramos la máxima expresión de la felicidad balompédica. Aquella sonrisa, aquel pulgar, fueron una revolución. Entendimos que el fútbol, en un segundo, puede pasar de drama a chiste.

No he sabido nada de Marcos. Les confieso que le imagino riendo en las situaciones más comprometidas, donde otros sólo sudan y jadean y padecen.

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