Bajas pasiones

De futbolistas y obispos

12 julio , 2013

Como saben, el fútbol es por definición un juego que enfrenta a mamíferos bípedos y donde se derrocha más testosterona que sudor. No hace falta ver jugar a Uruguay o a un equipo de Mourinho para asistir a un espectáculo no apto para menores: cualquier pachanga en la calle, el colegio o la playa puede acabar con insultos, entradas criminales y variadas escenas de violencia tumultuaria.

Eso no sorprenderá a quien haya jugado alguna vez a esto. Y ése es precisamente el aspecto más divertido de la resaca a la explosión de Guardiola. Tras una larga temporada de aguantar en silencio las malintencionadas ruedas de prensa de Toni Freixa y las venenosas portadas impulsadas por el club, tras un año de pataditas en el tobillo, El Mite se revolvió ayer.

La inoportunidad de lo que dijo parece clara: sonó a torpe justificación a su voluntad de fichar a Thiago, como si fuera delito tentar a un chaval que ha jugado sólo 116 minutos en la última Champions. No era el sitio ni el momento, tampoco. Alterado como estaba, perdió poder de convicción. Y zanjó el asunto en cinco minutos, demasiado poco para explicarse a fondo, demasiado para dar alas a ese temible entorno que ejerce de guardia de corps de Sandro XIV.

Porque ¡sorpresa! su liberación verbal ha escandalizado a ese nuñismo polimórfico que reina en las portadas, los editoriales, los artículos de opinión. «Guardiola dinamita al Barça», «Guardiola al ataque», «Pep declara la guerra», «Guardiola torpedea a la directiva del Barça», dicen, con tono grave. Aseguran que esos cinco minutos de sinceridad han abierto una brecha en el Barça, como si este club fuera anteayer un remanso de paz y harmonía. La directiva, a su vez, se muestra consternada y los Boixos y Gaspart -no es una metáfora: los Boixos y Gaspart- corren en su defensa.

Y decíamos que la jornada ha sido hilarante porque una vez más deja claro hasta qué punto el nuñismo es ajeno al fútbol, a sus grandezas y a sus miserias. Menos escandaleras, señores. Guardiola es sólo un futbolista que ha aguantado tarascada tras tarascada y que ha respondido como se hace en el fútbol: armando el codo y cobrándose la venganza. Ha actuado como futbolista, no como el Dalai que algunos se empeñan en ver en él. Y la cosa es lógica, porque Pep, el personaje Pep, será durante el resto de su vida sencillamente un futbolista.

Permítanme un consejo: cuando ruede el balón, desconfíen de los obispitos y de sus amigos brutotes. Pegarán durante todo el partido y a la primera que reciban correrán entre llantos a avisar a sus mamás. Lo harán con íntima satisfacción: lo que les mueve es el rencor al talento ajeno; y el fútbol, ¡ay, el fútbol!, el fútbol les importa un comino.

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