Golazos

El abrazo universal

20 junio , 2014

Puede que sea la imagen futbolística del año. Luis Suárez, 81 kilos de puro acero, 27 años de absoluta uruguayidad, revienta el balón y las redes y esprinta a celebrarlo a la esquina. Para cuando llega a su destino, el mayor ganador del planeta fútbol -y por ende el más frustrado de cuantos practican este deporte- está llorando. Es el cuarto futbolista a lo largo de la competición cuyas lágrimas asoman sin haber ganado nada todavía. Pero de todos, su llanto es el más escalofriante, el más futbolero.

No hace ni una semana llegaban imágenes de Luis Suárez apurando su recuperación. Se le veía trotando en solitario, muy lejos de poder jugar un partido serio, a semanas de recuperar el punto físico en que uno está explosivo. Aún probaba la estabilidad de su rodilla, que había sido víctima de la demencia sin límites de la Premier. Curar el cuerpo lesionado es uno de los mayores dramas del futbolista, que no está acostumbrado a mirarse a las propias piernas con esa mezcla de incomprensión y odio. Recuperarse lo antes posible es a menudo un asunto doloroso e imprudente; hacerlo antes de un Mundial, con lo que eso significa, no puede ser sino una agonía de 24 horas diarias todos los días de la semana.

A Suárez, 181 centímetros de barbarie futbolística, le habíamos visto hasta ahora morder, golear, pegar, asistir y de vez en cuando, ganar -suma tan sólo seis títulos menores y una Copa América, poca cosa para su hambre de siglos-. También le habíamos visto llorar hace poco de pura frustración, cuando el Liverpool tiró la Liga en un cuarto de hora fatídico. Recuerden aquellas imágenes, deténganse en sus rodillas, sus golpes, vean qué futbolista

Sin embargo aún no habíamos presenciado el espectáculo sobrecogedor de ver a Luis Suárez llorar de felicidad, y por eso, anoche, todos fuimos Suárez. En todos los rincones del planeta hubo gente a quien la Celeste le da igual que gritó enloquecida y se desplomó en un rincón de su salón para acompañar al nueve de Uruguay en su alarido, en su reconciliación consigo mismo.

Los futboleros, en efecto, son capaces de volcar la empatía más absoluta con héroes lejanos, del mismo modo que puede desencadenar la inquina colectiva contra los malvados universales de este deporte. Así ocurrió con el espasmo de felicidad que recorrió el mundo tras la roja a Pepe, con la repugnancia planetaria hacia el torso de Cristiano en la final de Lisboa, con el habitual rapto de locura violenta de Ramos en la derrota de España ante Chile. Suárez también pega y muerde y vendería a su madre por ganar, pero Suárez sirve al fútbol con una honestidad de la que los apóstoles del mourinhismo carecen. La Banda, ya lo saben, disfruta de la adhesión infinita de los acólitos de su secta y no necesita más. Pero La Banda, lógicamente, jamás disfrutará del privilegio único que vivió ayer un ariete uruguayo:  el de recibir un abrazo universal.

18 Comentarios

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