Mundial

Muertos en vida

9 julio , 2014

«Infelizmente, uma geração de grandes jogadores foi condenada pela derrota e o goleiro Barbosa passou quase 50 anos estigmatizado por ter sofrido aquele gol decisivo. Lembro-me dele dizendo que a pena máxima para um crime no Brasil era de 30 anos, mas ele já estava há mais de quatro décadas sofrendo com a condenação pública».

Maracanazo. Tragédias e epopeias de um estádio com alma. Teixeira Heizer. 

El Mundial de Mundiales nos guardaba aún su mejor regalo. Generaciones enteras de futboleros de todo el mundo se han criado bajo el influjo del temido pentasílabo ma-ra-ca-na-zo sin saber exactamente de qué iba aquello. El libro del amigo Heizer bucea hasta lo más profundo de la tragedia de tragedias. Cuenta la asombrosa anécdota de Julio Pérez, que se meó durante los himnos nacionales.Desnuda al país que se creía campeón y que hirió el amor propio de Obdulio Varela. Surca las lágrimas de décadas de los protagonistas de la derrota más famosa de todos los tiempos, del naufragio por excelencia. Y al final se instala en la cicatriz del alma que acompañó a esos aficionados brasileños y sobre todo a los futbolistas. 

Viendo ayer a Óscar derrumbado e incapaz de andar, pensé que el fútbol nos acababa de regalar el milagro de ver, 54 años después otro Maracanazo (sesuda reflexión, sí). Sobre todo, pensé que harían muy bien los 14 brasileños que estuvieron sobre el césped, y el cabestro que les mandaba, en ponerse a leer el libro de Heizer, de tratar de recomponer los pedazos de su vida que habían quedado tras la colisión. Sólo Óscar parecía comprender que por siempre jamás será parte de la vergüenza y la deshonra de un pueblo, un recuerdo bípedo de la peor noche vivida jamás por sus compatriotas. Ni a él ni a sus compañeros de tragedia ya nunca les sobrarán los psicólogos, ni los psiquiatras, ni los gurús o maestros de yoga, ni los hechiceros, ni las cajetillas de prozac ni los libros de Paulo Coelho. Sólo Óscar, destrozado, parecía saber que anoche, en un espectáculo televisado en directo, él y otros 14 tíos se convirtieron en muertos en vida.

Fue el macabro colofón de este asunto cafre llamado Mundial: en un lugar llamado Belo Horizonte -qué cabrón es el fútbol- vimos acabar un partido con una quincena de cadáveres. La cosa horroriza y uno sólo puede alegrarse por las almas infelices de Barbosa y Bigode y sus nueve compañeros, los primeros que descubrieron, en blanco y negro, el poder asesino del fútbol.

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