Héroes

Valdés y la orfandad infinita

26 julio , 2014

Víctor Valdés: las arrugas del cogote, su andar simiesco por el área. Tatuajes, boca abierta y mirada dura. Los guantes, la camiseta negra, también la verde. Víctor Valdés como figura mítica de nuestra historia, como guardián de nuestra portería, como el hombre que defendía lo más preciado que teníamos. Valdés como guardaespaldas de todo un pueblo: él era el tío al que se encontraban los delanteros que venían a destrozarnos. Víctor como símbolo y como el hombre que traumatizó de por vida al Arsenal con la portentosa final de 2006. La doble uve, el mejor portero de la historia del Barça. Sin comparación posible. 

A Valdés, sin embargo, no le echaré de menos por sus logros y por la gloria que nos dio. Entrenaba tan bien que desde niño recibía visitas de los futbolistas del B y del C que querían alucinar con sus vuelos sin motor. También hubo un tiempo en que era posible ver los entrenamientos siendo periodista: era posible ver a este portero de leyenda ejercitarse como un animal, hacer más que todos, más que los del B, que sus suplentes, que cualquier titular, que la estrella del equipo. Por aquellos entrenamientos hay que querer a Valdés. 

También añoraremos al tío que era la alegría del vestuario y el protector de Iniesta. ¿Ustedes imaginan lo buen tío que hay que ser para ser el gran amigo de Iniesta? Era un compañero ejemplar y ver a Valdés con el brazalete, con nuestro brazalete, era una cosa de pura justicia. 

Y cómo no quererle, además, teniendo en cuenta quiénes eran sus enemigos y quiénes acabaron con él. Valdés se enfrentó un día a Van Gaal y el nuñismo, como un solo hombre, le odió por siempre jamás. El club era una ruina repleta de tribuneros pero él sobrevivió y les acalló. Les acalló, claro, hasta que volvieron y él tuvo los problemas con el club, dicen que de dinero, dicen que por recibir igual trato que otro capitán que se había sumido en idénticos naufragios. A él se lo negaron, claro. Y a algunos nos parece muy decente y muy defendible el modo en que Valdés odió a los actuales mandatarios del club desde aquel día: desde el silencio. No les dirigía la palabra.

Piensen eso un momento. Imaginen ustedes que Valdés les odia. Imaginen a Henry y a Ljunberg y a Campbell. Imaginen las noches sin dormir.  

Pero si por una razón querré siempre a Valdés es porque no era perfecto y porque de hecho hubo un día que se comportó como un perfecto cretino. Por su culpa le di a un amigo un disgusto memorable; la llamada de interfono más triste que he hecho en mi vida se la debo a él. Ocurrió en 2007: ya era campeón de Europa pero había gente que seguía odiándole. Mi amigo Carlos Pérez de Rozas convertía cada tertulia en un ring donde defenderle, donde decir que era el más grande. Y a un par de amigos se nos ocurrió que sería bonito presentarles. Nos constaba que Valdés le estaba muy agradecido y sondeé al jugador; efectivamente, estaba encantado. Pero cuadrar la agenda de un futbolista de elite en primavera es dramático. Milagrosamente, había un martes, uno, en muchos meses, en que podría ser posible el encuentro de colosos. Y con la ilusión de poderle darle la sorpresa a Carlos, a quien tanto le debemos tantos periodistas, trabajé minuciosamente para que aquello se produjera. Le recordé a Víctor la fecha cuando quedaba un mes para el encuentro. Se lo recordé cuando quedaban dos semanas. Y cuando quedaba una y el día antes. Y el mismo día, también. Siempre al final del entrenamiento, con mi cara de pringado, le esperaba y cambiaba dos frases con Valdés. 

(Ahora es cuando empieza a joderse el asunto, claro).

Carlos intuyó algo y aquel día se había comprado una camiseta de Valdés, compró pastelitos, compró todo tipo de dulces y le esperaba en casa. Debió estar nervioso todo el día. Llegó la noche y cuando faltaban tres cuartos de hora, saliendo yo de la ducha, un número desconocido apareció en mi móvil. Era Valdés, que no venía y me acusaba a voces de lo siguiente: 

-Joder, ¡me los has dicho muy tarde!

Efectivamente, el tío, con la impresionante cara dura que hace falta para ganar tres Champions y tres Mundiales, me abroncaba a mí.

-A ver, ¿hasta qué hora vais a estar ahí?, -me preguntó. Y yo dije la puta verdad:

-Somos periodistas, hasta las cinco, las seis de la mañana, yo qué sé, hasta que quieras.

-Pero, ¡cómo cojones voy a ir a su casa a las cinco de la mañana! ¡Que mañana entreno! – Y colgó.

A mí nunca me ha gritado Camacho, pero sí lo ha hecho Valdés. Y la experiencia fue dura y permítanme que comparta con ustedes que me sorprende, sinceramente, que Piqué haya sobrevivido, desde un punto de vista biológico, a la ira del tío que me llamó aquel día. El caso es que me arrastré a casa de Carlos, llamé al interfono, momento miserable, y le confesé el fracaso. Al subir, vi la cara que se le había quedado: esa cara no tiene perdón de Dios. Nos comimos las putas pastas en un estado de hundimiento. Y desde entonces, siete años queriendo a Valdés con absoluta sinceridad. 

Ya saben cómo acaba esto: va un día y anuncia que se larga, y hace la mejor temporada de su vida y se rompe la rodilla en una parada y eso es lo último que esta leyenda ha hecho por nosotros y el Mónaco le planta y queda ahora ante el fútbol mundial como un piernas buscando a alguien a quien atracar. Y piensas que efectivamente, Valdés, el que nos salvó el culo tantas veces, nos hizo de padre en en el mejor Barça de todos los tiempos.Y que como todo padre, el valiente hijo de puta no era perfecto. Piensas que ya pudo ser él el que llamara al interfono y que, por desgracia, la orfandad de haberle conocido nos quedará para siempre.

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