Champions

Centuriones (VI): Ivan Drago

11 mayo , 2015

La épica del tío rubio duro de cojones y con una silenciosa aunque sin duda apasionante actividad sexual nos ha marcado mucho en este país. Normal, joder: aquí somos bajitos, morenos y gritones, cómo no iban a impresionarnos los Ivan Drago de la vida, esos seres terribles que aguardaban al otro lado del telón de acero.

Es curioso, pero el fichaje de Ter Stegen batió récords de ojeadores. Fue espiado por una decena de tíos con gabardina del Barça; hasta la vista no está justificado tanto celo explorador: desde el primer día quedó meridianamente claro que el tío es un porterazo. De hecho, los que ven los entrenamientos a diario coinciden en que es más brillante que Bravo. En cualquier caso, entre uno y otro han enterrado nuestra orfandad de Valdés y a este buen teutón le tocan la Champions y la Copa, competiciones dadas a la arritmia, el miedo, los vértigos, el abismo y el Micoderm.

La decisión parece acertada: Bravo, que bien podría ser un campesino andino de los de madrugar cada día a las cuatro y media de la mañana, se encarga del día a día, de la Liga, de llevar el pan a la mesa. Y nuestro gélido Ter Stegen, a quien uno imagina recibiendo a los cuatreros que han venido a trincar vacas de madrugada, está para las noches de gloria o duelo, noches en que a uno le va bien mirar bajo palos y ver a un tío que tiene menos de cuarenta pulsaciones por minuto y a quien sin duda temen los delanteros.

Dos cosas nos gustan especialmente del pájaro: la primera, su excepcional juego con los pies, que reabre el debate de la vergonzante permanencia de Gabri García de la Torre durante siete temporadas en el primer equipo. La segunda, el hecho de que cada vez que le ponen un micrófono en la boca tiene a bien decir que quiere jugarlo todo, que vale ya de la broma de ver la Liga desde el banquillo. La vedad, es maravilloso que uno de los nuestros nos recuerde a Kahn, a Lehman y a toda esa estirpe de ganadores desequilibrados y sociópatas que se criaron bajo los travesaños alemanes.

Ante una noche grande como la de este martes, tranquiliza saber que será él quien esté bajo los palos. La Bavaria en pleno, espoleada por el instinto asesino de Guardiola y la rabia homicida de Muller, quiere reivindicar la grandeza de su campeón y dejarnos sin final con una goleada politraumática. Nos quieren llegar en oleadas, sin piedad y por todos lados como hicieron hace a penas dos años en una noche en que nos mandaron directos al ataúd. Aquello promete ser muy horroroso. Los 90 minutos, una prolongada tortura. Pues bien, amigos. En esos momentos dramáticos cojan los cubitos del gintónic, pónganselos en la espalda y relájense: es Ter Stegen quien nos guarda; con enorme placer hemos descubierto cuánto nos gusta el hielo.

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