Champions

El Día de La Bestia (I): Respetarás a la Juve

1 junio , 2015

Había un código de unidad, honor y orgullo muy similar detrás. Eran ejércitos en el extranjero, que luchaban en primer lugar por los compañeros, con fuertes vínculos de camaradería; en segundo lugar, por su bandera –sus águilas-, y en tercero, por la misión divina de expandir su patria y el modelo de sociedad de ésta.

Simon Scarrow, autor de la Serie Águila, en una entrevista a El País

Llega el octavo día más grande de la historia del Barça y quieren los dioses que la fecha para semejante momento sea un 6 del 6 del 1+5. Es el día del juicio final y ahí, en el Valhalla de los derrotados en las finales de Copa de Europa, Ramallets mira hacia el sol aún cegado y Urruti se revuelve por sus paradas inútiles mientras flotan los espectros de la decepción y el ridículo de Atenas. Miran abajo, los ejércitos ya forman.

Saben que el choque será leyenda.

Ahí está la furiosa caballería del Barça, con tres brazaletes colgados del brazo: el que le quitó al City, el que arrancó al PSG y el que obtuvo en Munich. En frente, la temida legión del estandarte del águila: apearon en tres ejercicios de profesionalidad y de saber sufrir a Dortmund, Mónaco y al vigente campeón, La Banda.

La Juventus también tiene compañía en las alturas. De hecho, nadie la tiene mejor: la Juve, llamada el Real Madrid de Italia, el más ganador en el país de los ganadores, lleva perdidas cinco finales en la máxima competición mundial. Sólo el Benfica puede presumir de tanta desgracia. Las generaciones bianconeras han acumulado tragedias: perdieron contra Cruyff y Rep teniendo en sus filas a Zoff, Capello, Altafini o Bettega. Peor derrota tuvieron una década después contra el sólido Hamburgo: un gol de Magath hundió a un equipo donde la mitad de futbolistas venían de ganar el Mundial para la azzurra, con nombres como Zoff, de nuevo, Gentile, Platini, Tardelli, Boniek, Bettega, aún, o Rossi.

Pasan los lustros y la Vecchia Signora gana la final más terrible de todos los tiempos, la de Heysel. Después logrará su segunda estrella, una estrella que luce aún en la que posiblemente sea la camiseta más bonita del planeta fútbol. La final, oh, sorpresa, también sigue siendo polémica a día de hoy por un supuesto dopaje de los centuriones que entrenaba Lippi. Tras ese éxito llegan siete años negros, oscuros, en que los italianos se las apañan para perder tres finales de Champions. Zidane, Del Piero, Vieri, Inzaghi, Davids, Dechamps, Trezeguet o Buffon sufrirán en sus carnes la incapacidad para ganar en Europa de un club con pocos escrúpulos y que siempre impuso en la competición italiana su sentido marcial e implacable del fútbol.

No hay duda de que estos días, ya amarrado su doblete, se han impartido clases de historia en Turín. Habrán atendido Vidal y Pogba, pulmones y piernas de un equipo fibroso; habrá asentido en silencio Pirlo, ese fuera de serie que aún hoy tiene gotas de néctar y veneno en sus botas. Habrá escuchado también Buffon, el hombre que ganó un Mundial en Berlín para irse a Segunda por corrupción («de eso nadie sabe más que los italianos», me dijo una vez un fiscal Antidroga) para volver a la elite y plantarse de nuevo en Berlín para disputar el partido más grande; su historia es un verdadero canto a la monogamia futbolera. Pero seguramente el gran peligro de la Juve es un talento surgido de la calle y que lleva grabado en la cara toda una genealogía de barbarie balompédica. Es Carlos Tévez, ídolo de un barrio. Tévez puede que no atienda, sólo piensa en esa diagonal asesina a la espalda de Piqué y en ese trallazo a la escuadra que ha hecho mil veces y que volverá a hacer si tiene un metro.

Pese a todas sus leyendas derrotadas en la batalla de las batallas, sería un error juzgar a la Juve por sus futbolistas de relumbrón. Es Italia la que juega, la Vecchia Signora, la que escribió todos los códigos del vestuario, la disciplina y la guerra. La Juve es Bonucci y Chiellini; y un Evra que ya sufrió al mejor Messi hace cuatro años.  La Juve es un orgullo y una capacidad de sufrir que en estos lares sencillamente no comprendemos.

La Juve son tres sílabas que hay que pronunciar siempre con deferencia. La Juve son las sílabas que nunca, a pesar de su Olimpo de derrotados, querríamos en una final. En estos días de inquietud, con los tambores de antes de la batalla ya sonando, habría que recordar que Italia conquistó el mundo antiguo con los gladios -unas espadas cortas tirando a cutres- como principal arma. Tenían eso, su disciplina y su orgullo. Las legiones romanas, en efecto, eran todas de La Juve.

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