Los nuestros

Los misterios del ‘crack’

26 enero , 2016

Ahora que ya lleva un puñadito de partidos discretos con el Barça, y cuando cuenta en su haber con a penas tres pinceladas, ahora es el momento de postrarnos ante Arda Turan. Hacerlo requiere un ejercicio interesante. La pregunta, como en todo fichaje multimillonario este Barça de los prodigios, es si de verdad estamos ante un crack.

La cosa tiene su miga. Uno debe recordar que éste es el Barça de Messi, el de Iniesta y Busquets, el de Neymar y Suárez. Y lógicamente, cuesta entusiasmarse con nadie nuevo, por mucho ídolo del Pateti que sea. Así pues: ¿Qué es un crack? ¿Qué jugadores nos fascinan? Uno respondería que un crack, más allá del imperio ciego de la estadística, es un futbolista que hace cosas que no imaginamos. ¿Recuerdan a Amor, verdad? Once años de azulgrana, partícipe de la gloria del Dream Team. Pues bien, está claro que él no lo era: jamás sorprendía con un pase, con un remate, con una solución. Su fútbol limpio y ordenado cabía en nuestra cuadriculada cabeza y jamás sorprendió a nadie.

El crack, aunque no le meta un gol al arcoíris, como Iniesta, aunque esté peleado con los premios, como Busquets, es el futbolista que hace lo que ni siquiera imaginamos. El crack es el escapista, el que dribla, el que no teme verse cercado de uno, dos, tres o cuatro rivales. Eso lo tiene Arda: se va en espacios minúsculos y cuando le entra la vena torera, más vale apartarse para no quedar en la humillante posteridad de Youtube.

Su arte como driblador quizás sea su gran virtud. Y lo es a pesar de su mayor defecto: Arda es un tío lento. Lento, amigos, como Eusebio Sacristán. Hace una década que quedó acreditado que en la elite, de tres cuartos de campo campo para adelante, no puede existir un tío lento, bien lo saben Ezquerro y Gudjohnsen. Pues bien, Arda se mea, con un meo feliz y risueño, en ese teorema. Es lento y eso nos permite gozar en stop motion de sus artes de burlador.

Puede que todos los grandes merezcan ser comparados con los genios que les precedieron y el turco también merece ese honor. Tal vez lo compartan: hay en su lentitud, en cierto gesto adusto de su mirada, en algunos aromas étnicos y en ese golpeo tan limpio de balón, algo que evoca a Gica Hagi. El Maradona de los Cárpatos, le recordarán, fue un grande engullido por el fulgor de las bestias de su era, por Stoichkov, por Romário, por Baggio. Pero su calidad era gigante y hay quien, habiendo entrenado con los cinco grandes extranjeros del Barça de Cruyff, asegura que ninguno tuvo la calidad de Hagi.

Arda, como el rumano, es un domador de balones. No tiene su golpeo (nadie lo hace) pero entra de lleno en la categoría de genio por su capacidad de hacer cosas insólitas con la pelota, por ese don suyo para hacer quedar como perfectos analfabetos a profesionales del fútbol. Hay algo más que hay que apreciar de Arda: cuando recibe el balón, la jugada está de seis.Y cuando la suelta, si no la ha perdido jugando en el abismo, está de ocho.

Por lo demás, Arda cumple de lleno el decálogo del perfecto genio:

Amigos, en este agujero infecto no nos atrevemos a vaticinar si su estancia en el Barça será un éxito. Ni siquiera osamos entrar a debatir si debería ser titular en una hipotética final de Champions. Así estamos y no vamos a engañarles. Lo que sí tenemos claro es que estamos ante un genio puro. Nuestra obligación será gozarle cada minuto porque, lo supimos en cuanto pronunciamos su nombre, éste es un artefacto de combustión rápida y nadie sabe cuándo encontraremos otro como él.

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