Guardiola

El Museu Picasso contra el puto Picasso

18 octubre , 2016

En mayo de 2015, este agujero parió un recibimiento rico en glucosa para dar la bienvenida a Guardiola en su regreso al Camp Nou. Uno podría repetirlo hoy palabra a palabra y sin duda conseguiría un material igualmente ñoño, sincero y arrebatado. Es Guardiola, y no deberíamos avergonzarnos a la hora de exagerar con él.

Pero disculpen, los ladridos son de tal volumen que uno no encuentra palabras amables dentro suyo, ni nada que pueda enaltecerle como ser humano. Veamos, pues: el Fútbol Club Barcelona fue fundado en 1899 y presumentamente, su nacimiento respondía a ciertos propósitos. A saber.

  • La cosa lúdica. Perseguir balones y golpearlos es estrictamente divertido. Si a usted no se lo parece, abandone Occidente de inmediato. No sin antes comprender que marcar goles es un contundente sustitutivo del sexo.
  • El entretenimiento del pueblo. En algún momento, ese juego mutó de rareza minoritaria a masivo opio del pueblo. Y el objetivo colectivo de hacer virguerías, corretear y fracturarse huesos y tendones se convirtió en el mayor espectáculo del planeta.
  • La competitividad malsana. En un país acostumbrado a sucesivas derrotas militares, resultó ser cosa satisfactoria poder derrotar de vez en cuando a los oponentes. Los vaivenes históricos convirtieron el asunto en cosa trascendental y bandera de un pueblo oprimido y, con más o menos urgencias históricas, se constató una evidencia: para algunos resultaba importante ganar.

Pues bien, si hay una figura que en estos 117 años de historia ha conseguido reventar absolutamente todos los registros en los tres ámbitos, ése es Guardiola. Aventajado y reconocido discípulo del reinventor de este juego, lo que logró en cuatro años supone una cima indiscutible del aspecto lúdico del juego, de la belleza del fútbol como espectáculo y del dominio más aplastante en lo que a competitividad  y títulos se refiere. Nunca hubo un equipo como el suyo y la cosa, en lugar de convertirle en punto de encuentro, en horizonte necesario, le ha llevado a ser cuestionado como a un enemigo.

¿A quién molestó su cuadrienio mágico? ¿A los rivales? ¿A Mourinho, desnudado hasta su verdadera condición, la de bufón majareta? ¿A los jeques, muertos de vergüenza ante un equipo que hacía lo que hacía con una docena de canteranos? ¿A Hleb e Ibra, inadaptados para un fútbol tan vertiginoso, coral y exigente? No, amigos. La gloria del guardiolismo, que será explicada dentro de mil años por los antropólogos del fúngol, hirió sobre todo a los cuerpos más rupestres del propio barcelonismo. A los enemigos del balón, a los enemigos de lo lúdico y a los enemigos de la victoria. O por precisar:

  • A Migueli, sabedor que esa sinfonía cuestionaba el analfabetismo primitivo que le entronizó a la categoría de leyenda.
  • A Núñez, que aprendió en los 90 que cuando el fútbol es demasiado bueno, la gente empieza a hablar más de los jugadores y del banquillo que de los oscuros personajes que habitan las tribunas, con gran perjuicio para su vanidad.
  • A Rexach, medio siglo viviendo del camelo, las excusas y el àrbit para ganar sólo cinco Ligas, las de Cruyff, a quien traicionaría, después, gustoso.

A estas alturas ya hemos comprendido que el nuestro es un club infecto. Sobre el césped generamos un producto absolutamente inimitado en el planeta y que nos granjea las simpatías de los niños prodigio de todo el planeta, que sueñan con pisar un día el jardín de Hristo, Ronnie o Xavi, cierto. Pero el veneno que destilamos en los despachos es también único, insólito y asesino.

Busquen ustedes a los Chicago Bulls que llamaban a Jordan ególatra, ludópata y traidor. Hurguen en la hemeroteca para documentarse sobre cómo el Real Madrid denigró y rebajó la figura de Di Stéfano. Miren a ver si encuentran en el Patronato de la Sagrada Família a ese conciliábulo que vive feliz del templo pero insulta y censura los bienolientes orines de Gaudí. Revuelvan cielo y tierra para dar con ese director del Museu Picasso que se ha pasado la vida recordando cómo el genio maltrató a sus hijos, cuán feos eran sus vicios y cuánto mejor es Miró. Dejen de buscar, amigos, porque ya lo han encontrado.

This is FC Barcelona, the worst fucking club ever, rezaría un cartel en los pasillos de acceso al terreno de juego si imperase algún sentido de la decencia en ese manicomio. Sí, amigos. El nuestro es un club lamentable y lo sobrellevamos con paciencia a sabiendas de que cuando el balón rueda, los gorilas callan y se quedan silenciosos ante la incierta trayectoria de la esfera. Sabemos que el álgebra y la demoscopia nos condenan a otros mil años de miseria nuñista -¿y quién no ha querido sobornar a un inspector de Hacienda, falsario, tío mierda, raca holandés?- pero nos queda un consuelo.

Un consuelo enorme que conviene retener bien y paladear segundo a segundo. Mañana, 20.45, aquello será un escenario futbolero de aniquilación total para los que odian al Barça y a este deporte. Si perdiéramos, imaginen esa rueda de prensa posterior, esa bragueta bajada y la carn d’olla a la fresca. Pero ay, si ganáramos: será mejor. Cuando Messi barre el ataque, es el fútbol el que gana. Cuando Iniesta recibe, arranca y gira, es el fútbol el que gana. Cuando Busquets convierte la inmensidad del campo en un recibidor, es el fútbol el que gana. Es lúdico, es espectacular, es terrorífico. Dura sólo hora y media, pero en ese rato callan Migueli, Núñez y Rexach. Sólo se oye el fútbol y en ese escenario gana el fútbol, ganan los buenos, y por supuesto, gana Guardiola.

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