Héroes

Yo vi jugar a Garrincha

3 agosto , 2017

El ruido se apagará, los modos se olvidarán, su padre pasará al cuarto oscuro de los sin nombre y la decepción se perderá. Cuanto todo se amortigüe, nos quedará ese rincón donde escondemos la furia, la tristeza, las alegrías y los amores. Y ahí estará Neymar.

Algún día podremos contar que hubo un tiempo en que vimos jugar a Neymar en una delantera donde también aparecía Suárez bajo las órdenes de Messi. Talmente como si Aragorn, Atila y Alejandro hubieran compartido ejército. Nosotros les vimos galopar y rugir, les vimos ganar infinidad de partidos y completar jugadas para el recuerdo. En ese póster imborrable estará Neymar, que vivió en él durante tres memorables años. Els turistes es fan fotos, on tu i jo vam esmorzar.

Puede que estemos hablando del trío ofensivo más lujoso que ha dado el fútbol, desde luego es el más espectacular que hemos visto en el Camp Nou, superando al que formaron en su momento Ronaldinho, Eto’o y el jovencísimo Messi. Sus cuatro temporadas han sido la del Tata (con una Supercopa que ganó de un testarazo en el debut el el Calderón) y el trienio de Luis Enrique. Ya saben: tres Copas, una Supercopa de España, una Supercopa de Europa, un Mundial de Clubes, dos Ligas y una Champions. Cinco goles en siete finales, incluyendo el glorioso alarido de Berlín, cuando le vimos andar sobre la mar.

Los números, esa raza mentirosa, le sitúan como un hermano menor de los otros dos animales de la foto. En los tres años de tridente, Messi sumó 150 goles y 73 asistencias (desmayo), Suárez se fue a los 121 goles y 61 asistencias (mareos) y Neymar se conformó con 90 goles y 68 asistencias (boca abierta). Pero además de ser el mejor asistente del equipo en las dos últimas temporadas, Neymar logró para sí el galardón indiscutible de ser el futbolista que más y mejor regateaba, arrebatando a Messi ese cetro: La Bestia llevo dos años ya siendo el segundo de la Liga en ese apartado. Dribló tanto y tan bien que logró zafarse, incluso, del cariño de su pueblo, el azulgrana, del que debería haber sido ídolo indiscutido. Y lo logró con la dificultad añadida de partir desde la banda.

Desde ahí logró esa Champions de Berlín, con tres goles al Bayern en semis, otro más en la final. Desde ahí dio tales recitales y culminó tantas humillaciones de laterales con guadaña que a uno se le confunden ya sus senderos de saltimbanqui. Por recordar sólo una galopada, ésta quedará en nuestra memoria. También desde la izquierda se inventó la legendaria remontada del 6-1, en una proeza individual a la altura de la colectiva, con dos goles, una asistencia, un penalti forzado, la mayoría de todo ello en diez minutos de rebeldía salvaje que le consagraron definitivamente como el heredero de Messi.

Neymar ha conseguido ese estatus desde una sumisión impropia de su carácter pendenciero y orgulloso, el carácter necesario para ser el segundo mejor futbolista del planeta con un físico frágil y empezando en el violento fútbol sudamericano. Esa sumisión le restó foco desde el primer día hasta el último, aunque le permitió gozar del mayor privilegio de los futbolistas de esta era: haber jugado con La Bestia Parda, haberse ganado de su respeto. Su sumisión tuvo algo de lógica y también mucho de admirable en un tío que era en sí un icono, un símbolo para Brasil y el driblador más espectacular del planeta. Ousadia, Alegria: pocas veces Nike mintió tan poco. Pero en su pleitesía, tanto como en la voracidad corsaria de su padre, empezó a forjarse su adiós.

Ahora que su marcha es una certeza, conviene admitir que de una delantera tal, de la suerte inmensa de tener a los dos mejores del mundo juntos, cabía esperar algo más que una Champions. Del mismo modo, cabe reconocer que La Banda tuvo la suerte de evitar al Barça en esta Era del Orco que han impuesto en Europa y que Neymar nunca ha sido el jefe del equipo: si a alguien cabe señalar, es al que manda. En cualquier caso, los reproches al fenómeno brasileño son escasos: ese gol cantado en el Camp Nou que se fue sobre el larguero que era una Liga. Esos increíbles fallos en la avalancha sobre el Atlético en la eliminatoria de la 2015-2016, esa presunta juerga a dos días del partido de vuelta que acabó en fracaso y en el no menos presunto incidente de Mascherano agarrándole del cuello como represalia.

En este adiós a un 11 que era un 10, nos queda recordar que hizo cosas que no habíamos visto a nadie, y que en esa categoría tenemos sólo a los más grandes: a Romário, al Ronaldo anterior a la antropofagia, a Rivaldo, a Ronaldinho. En su legado de maravillas con copyright quedan los sombreros con el balón en el suelo, los controles de rabona, esa delicia de pases con el exterior, ese impacto billarístico ante el Celta. Todo ese es suyo, nuestro, y de nadie más.

Por eso no tiene perdón de Dios que un futolero de su calibre que haya elegido irse, de la manita de Qatar, a una cosa intrascendente llamada PSG. No nos jodas, Neymar, no nos jodas. El PSG, con esos cuatro periodistas en las ruedas de prensa. Con el Troyes, el Lille, el Guingamp, el Quisapquoi. El fútbol francés, ese eructo rimado, que dijo el poeta. Neymar debería haber aprendido junto a Messi que tiene una misión en la vida y que esa misión se llama fútbol; ocurre que a Francia se la suda al fútbol como a nosotros, el fútbol, nos la suda la Ligue 1. Y ése es el gran reproche que hay que hacerle en su adiós, porque por lo demás, su partida tenía toda la lógica del mundo. Así, Neymar se ha ido pensando en el Balón de Oro, pero no nos extrañaría que su oceánico talento acabara secándose en ese erial.

Y ahora, mientras asistimos al grotesco espectáculo del dinero cambiando de manos a paletadas y a la sonrisa del jeque, mientras nos asombramos comprobando cómo el hatajo de futbófobos que gobierna el club no aprovecha este adiós para redirigir el centro del equipo hacia el centro del campo, conviene recordar que hace 50 años el fútbol era de Pelé y de otro astro, más pendenciero y atrevido, que se llamaba Garrincha. La gloria se la llevó el primero y nada se sabe del segundo, excepto que acabó de malas maneras. Pues bien, en el Camp Nou le hemos redimido medio siglo después, dándole el mejor escenario del planeta y un lugar de privilegio junto al Dios del Fútbol. Fueron cuatro años que nos alargaron la vida y nos convencieron de que igual no era Pelé, pero que Garrincha fue la hostia.

Ante su lápida azulgrana conviene recordar que los futbolistas vinieron al mundo para divertirnos, para hacernos vibrar, para dejarnos con la boca abierta. En eso, Neymar fue único y por ello, y por ese paseo sobre las aguas, será recordado.

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