Copa del rey

El perdón de Dios

22 abril , 2018

-Pero hombre, jamás había escuchado nada igual. Tenéis el demonio en el cuerpo.

Entonces el rostro de Händel se oscureció. También él estaba asustado ante la obra y la gracia que le habían sobrevenido durante el sueño. También él se avergonzaba. Se volvió y en voz baja, de modo que los otros apenas pudieran oírlo, dijo:

-Creo más bien que Dios ha estado en mí.

Momentos estelares de la humanidad, Stefan Zweig

Aunque tuvieran ustedes a bien buscarse una pareja heroinómana y estrella del rock con para convivir con ella durante cuatro convulsas décadas, nunca jamás, a pesar de las peleas, las batallas campales y las ruidosas reconciliaciones, nunca nadie les pediría perdón de semejante manera.

Se han apagado ya los ecos de la exhibición colectiva del Barça en una final de Copa ante un equipo como el Sevilla pero la emoción sigue flotando entre nosotros. Qué forma de jugar. Qué homenaje al fútbol, a Cruyff, al Barça bueno, al juego que nos importa más que el día a día. Fue un huracán de 90 minutos, un huracán pase a pase, triangulación a triangulación, gol tras gol.

Jugó este Barça, el de Messi, Iniesta y Busquets, como si fuera aún el de Guardiola, Bakero y Laudrup, el de Ronaldinho, Valdés y Deco, el de Alves, Xavi y Puyol. El Barça pareció jugar por momentos con 20 tíos ante un aterrorizado rival de alevines. Jugó el Barça un verdadero homenaje a la altura de este astronauta llamado Iniesta.

El partido se encuentra ya entre los mejores que hemos visto en nuestra existencia llena de regalos futbolísticos, como el 4-1 al Dinamo de Kiev, como aquel 5-0 de Romário, el 2-6, el más reciente 5-0, el 3-1 al United, el no apto para menores al Santos, el tremendo 3-0 al Bayern, aquella masacre al Celta, el 6-1 al PSG. Una obra de arte absoluta que queda en nuestro pequeño museo de las horas y media que nos alargaron la vida.

Y si el Barça cuajó esta maravilla no fue porque quisiera ganar una final. Tampoco porque quisiera recordarnos su nivel.

El Barça jugó su mejor partido del año con la desesperación de quien pide perdón, de quien sabe que la cagó en el día fatal y de quien ha cometido un desastre que es para siempre. Como dijo Besa, el Barça destrozó toque a toque al Sevilla como si su rival fuera aún la Roma, buscando la redención, peleado con su aciago destino europeo. Sepan una cosa: nunca nadie les pedirá perdón con más pasión.

Y si hemos quedado tan trastocados por la absoluta obra de arte que presenciamos ayer, tampoco es sólo por lo bien que jugó el Barça, ni por el premio de ganar otro título ante la borbonada. Si algunos perdimos el hambre durante el partido y hasta nos olvidamos de beber una cerveza por gol fue por la nostalgia de Guardiola, de aquel fútbol eterno de hace cuatro días. Por la nostalgia que aún no es tal de Iniesta. Por la nostalgia del buen fútbol.

Pero ocurre que el partido de ayer, entre tantos otros regalos, incluye una lección: que la nostalgia es de imbéciles mientras Busquets y La Bestia Parda sigan llevando la bandera. ¿Vieron la sonrisa cafre de Busi? ¿Vieron el abrazo de Messi a Iniesta? Conviene no olvidar jamás que de este equipo uno lo puede esperar todo, porque este equipo lo tiene todo.

Demudado por las lágrimas y sobrecogido de emoción, al final del choque convendría haberle preguntado al capitán del equipo, a Nuestro capitán, si en esa noche inolvidable de disculpa colectiva y homenaje a su trayectoria había sentido el demonio en el cuerpo.

Sin duda, nos habría hablado de Dios.

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