Bandoleros

Querer a Zidane

6 junio , 2018

Su insultante fotogenia, verbo vacío y el recuerdo de la volea de todos los tiempos siempre han hecho que Zidane no nos cayera demasiado simpático. Admitamos que su fútbol fue formidable, admitamos también que a ZZ le ha costado horrores mostrar la antideportividad que le exigía su buen amo. Pero nuestro historial con él está plagado de desastres. Enumeremos:

  • En una ocasión conocí a alguien que se decía primo suyo. Era argelino, quería una espalda de cordero. Y me aseguró que Zidane era desde niño del Barça. Pero nunca nadie creyó la historia y culpé de todo ello, en buena lógica, al desventurado exjugador del Madrid.
  • Zidane fichó por La Banda porque un señor con pinta de administrativo narcoléptico le pone en una servilleta «¿Quieres jugar en el Madrid?» Sintiéndolo mucho, ya podían haber inventado algo más épico y menos gaspartiano.
  • Zidane es el único grande de los últimos 50 años que ha jugado en La Banda pero no en el Barça. Duele haberse perdido ese placer estético. Por suerte, no hay ningún otro caso y, de nuevo, nos sorprende su escaso gusto futbolero.

Sin embargo, en los últimos tiempos la simpatía que nos produce ese cráneo pelado y aparentemente obtuso ha ido en aumento. Por razones complejas que trataremos de desgranar pero que en el fondo se reducen, cómo no, a que nos ha dado la razón. Zidane ha sido la voz de una Banda que bien puede reivindicar ser la UberBanda, el equipo más devastador y triunfante engendrado en las Mesetas en el último medio siglo.

En este tiempo, ha confirmado que el principal peligro del Madrid es un escudo emponzoñado con el elixir de la Santísima Potra que igual remata córners en el 94 que lesiona rivales y produce milagros en los sorteos.  Normal que Zidane sonriera tanto y anduviera siempre relajado. La gran aportación futbolística del Madrid en este tiempo ha consistido en su descubrimiento de que a fútbol se puede jugar con centrocampistas (algo que se le podría atribuir a Ancelotti) y en apelar al «Somos el Madrí», «Molto longhi», «Échale huevos» y «Hasta el final vamos Real». (Es decir, poco más o menos lo mismo que hacía Puyol cuando se dirigía a la grada, elevaba épicamente los húmeros por encima de la melena y hacía gestos de gran vigor: ni puta idea de qué hacer con la pelota, pero eh, que sí, joder, que si me dais una piedra gorda la tiro muy arriba. Pero disculpen, me he entusiasmado y hoy hablamos de otro fraude).

Zidane, que logra la proeza apoteósica de haber ganado tres Champions en dos años y medio, tiene menos creyentes en sus dotes de técnico que Xavi Hernández, que aún no ha debutado y que cuando se pone de perfil nos recuerda en algo a Lillo y en bastante a Jémez. Zidane, que encaró la crucial eliminatoria con el PSG animando al equipo con palabras conmovedoras: «Ya habéis demostrado que sois los mejores». Hay que joderse, amics, con el juego de posición, el tercer hombre y la presión alta.

Hubo más proezas declamatorias; en la vigilia de la ida de las semis en Munich les dijo a sus hombres palabras que difícilmente se tallarán en placas de mármol: «Vamos a sufrir, pero ellos también van a sufrir». Habría que agradecerle que no dijera, «tranquilos, ¿habéis visto el escudo? Está a tope, nos regalarán un gol acojonante en la ida y otro en la vuelta». Dios santo, Zidane. Dios santo, el ascensor social y la meritocracia.

A Zidane siempre habrá que reconocerle que su clase como futbolista mantuvo a raya el ego de sus chavales y que fue un sabio gestor del grupo, aunque posiblemente engrasa más la relación entre los jugadores el hecho de ganar cada año la prima europea y el saber que están todos los dioses del azar entregados a su causa.

Hasta su último día Zidane nos confirmó que en La Banda no cuenta el juego ni tampoco el entrenador: es un club de presidentes -el actual da miedo dentro y fuera de los estadios y no duerme y nos enterrará a todos- y de futbolistas de brocha gorda, cínicos y capaces de multiagredir para ganar. En efecto, con Zidane hemos confirmado que las Champions, con el Mal, las gana Ramos, el mejor central de la galaxia a muchísma distancia de Piqué.

A Zidane tamién hay que quererle por ese elogio postrero de la importancia del título de Liga, al que situó por encima de la Copa de Europa, cosa hermosa de decir en un club que ha ganado sólo dos competiciones domésticas en una década. A Zidane le echaremos de menos por la forma épica que tiene de decir adiós a las cosas: dejó el fútbol hundiendo el esternón de Materazzi y tirando un Mundial, se pira del Madrí dejando al planeta con cara de tonto y a Florentino desencajado.

A Zidane le querremos ya siempre porque el Barça de Guardiola, con dos Champions en cuatro años, quedó como referencia perenne y permanente del planeta fútbol, mientras la Banda, su Banda ganadora de cuatro títulos en un lustro, es un equipo cutre al que nadie en su sano juicio se querría parecer.

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