Mordor

La mitad mala

16 diciembre , 2018

«Y todos esos que cuando llegué eran sólo rostros sin sentido o contenido, y de quienes sólo había registrado la edad y constitución, más o menos como si fueran animales, un bestiario de cuarentones, con todo lo que eso conllevaba de ojos muertos, labios tiesos, pechos colgantes, tripas trémulas, arrugas y michelines, los veía ahora como individuos, porque eran mis parientes, la sangre que corría por sus venas era la misma que corría por las mías, y de repente me importaba mucho quiénes eran».

La muerte del padre, Karl Ove Knausgard

Quiénes eran, cómo son y cuál fue el primero. Penosa pero necesaria actividad en tiempos de Messi. Nos gustaría dedicar nuestra vida a la contemplación del Dios del Fútbol, pero conviene hablar también del universo creado por el patriarca de los que siempre quisieron y siempre querrán vender a La Bestia Parda.

Para entender a Núñez conviene, seguramente, imaginarle durante su fugaz periplo como futbolista amateur, prisionero de ese cuerpo pequeño y blando, rehén de su ambición de gloria. Ahí estaba el joven Núñez, musculando su gran aliado vital, el rencor, en las soledades del campo, los rigores meteorológicos y los topetazos propios del fútbol de los años 40.

Sin duda, aprendió mucho del fútbol: a odiar el talento -siempre lo detentaron otros- y a imponer la fuerza bruta -la ley de la selva, la primera que se conoce en un vestuario-.

La noche que Núñez llegó a la presidencia del Barça se oyó el Cara al Sol en el Camp Nou. Para entonces, ya había efectuado un lucrativo matrimonio con nombre de inmobiliaria y había demostrado su talento en el campo de la política, convenciendo a Casaus para que se presentara en solitario a cambio de un puesto en su junta, honor que le compensó el hecho de pasar a la historia, según palabras propias, como «un porc«.

Pero ay, asomaban los 80, la edad dorada de los presidentes casposos, y ahí cumplió Núñez el sueño de su vida, entre Mendozas, Giligiles y Loperas y al calor de los fichajes milmillonarios y de una prensa que convertía a aquellos jerifaltes en el delantero centro piloso y arrancabragas que nunca pudieron ser. En ese tiempo de plomo edificó su imperio de poder, lo único que, al fin y al cabo, le llevó a interesarse por un asunto llamado Barça. Y de entre todo el bestiario de los dudosos empresarios devenidos mandamases futboleros, no hubo ninguno más longevo y ninguno deja un legado más vivo.

¿En qué consiste esa herencia? Podría resumirse en rencor, roña y delincuencia.

Arranquemos por este último asunto. Como ustedes saben, Núñez fue condenado a dos años y dos meses de cárcel, de los que cumplió un puñado de días. Al margen de la proeza de sus abogados, conviene recordar, tras largos días de panegíricos, algunos fragmentos de la sentencia y de los escritos del tribunal durante un proceso que los jueces calificaron de «proceloso» por los constantes retrasos forzados por la defensa: «Conductas gravísimas en términos de repercusión social e institucional (…) sin ningún pudor compraron las voluntades de inspectores de la Agencia Tributaria (…) indisimulada desvergüenza y ciertas dosis de soberbia y prepotencia de quien en su día pensaba que tenía patente de corso, impunidad absoluta, para urdir sus negocios (…) utilizaron su excelente y privilegiada inserción social y poder económico para delinquir (…) se presentaba ante la opinión pública casi como una víctima de una injusticia».

Un mundo donde se soborna a un inspector de Hacienda es, en efecto, un mundo de barbarie. Así era el universo Núñez. El caso arroja cuestiones filosóficas: ¿Piensan ustedes que aquella fue la única ocasión en que Núñez se decidió por el soborno para resolver un problema u obtener un beneficio? ¿Creen ustedes que alguien dispuesto a sobornar a un inspector de Hacienda se atreve sólo con ese delito y con ningún otro? Son cuestiones a las que responde, en parte, la formidable biografía de Vicente Ferrer Molina sobre José María García: «Una noche, tras un partido europeo en Barcelona, [García] llevó al estudio a José Luis Núñez, el presidente azulgrana. Allí mismo le mostró un papel que dijo haber obtenido de la caja fuerte del Barça. Era una lista de periodistas a sueldo, periodistas que pasaban regularmente por el club a cobrar».

Para comprar inspectores de Hacienda y presuntamente periodistas hace falta dinero, se entiende. Bien, conviene recordar que el patrimonio de Núñez fue tasado este mismo año en 600 millones de euros por Forbes. ¿De qué sería capaz alguien con esa fortuna si tuviera pocos escrúpulos?

Son cuestiones que se lleva el viento. Sea como fuere, el periodismo de los 80 y de los 90 (con medios de comunicación poderosos, hiperpoblados y que nadaban en la abundancia) no certificó jamás que aquella empresa, famosa por sus chaflanes y por ser uno de los principales anunciantes del panorama mediático, tuviera una naturaleza intrínsecamente delictiva. Curiosamente, aquel mismo periodismo tampoco acertó a denunciar las monumentales (y aún presuntas) corruptelas de la némesis de Núñez , Jordi Pujol, ni del resto de su clan, con tejemanejes que duraron lustros y de los que se hablaba en media Catalunya pero de los que a penas se hicieron eco los imponentes periódicos de entonces.

Tampoco ha pasado a la historia oficial el papel de Los Morenos, ese grupúsculo de aficionados violentos que se dedicó durante años al noble arte de intimidar (e incluso agredir) a todo periodista que cuestionase a Núñez. Cuesta no establecer un vínculo entre Morenos y Boixos Nois, los ultras del Barça, expulsados del Camp Nou por Laporta y gran baluarte del nuñismo de ayer, de hoy, y de siempre. Si en su día fue posible que un contubernio con capitostes de los Boixos, antiguos empleados y directivos de Núñez fueran investigados por planear una agresión a Laporta hay que agradecérselo, sin duda, a la peculiar idea de la convivencia que dejó el constructor. Si los Boixos han vuelto hoy al estadio y se dedican de nuevo a amenazar al personal, hay que señalar a los continuadores de la obra del nuñismo. Si en pleno escándalo por la cancelación del River-Boca en el Monumental pueden aparecer en el Camp Nou un puñado de Boixos con bengalas en el memorial por un expresidente difunto, hay que brindar, de nuevo, por la naturaleza violenta de aquel régimen. Esa imagen, perdonen, es pura poesía para quienes defendemos que el nuñismo fue y sigue siendo una enfermedad del alma.

Y con la delincuencia, el rencor.

Núñez, que fichó a Cruyff tras una década aciaga con una sola Liga, ha pasado a la historia como el hombre que obstaculizó y minimizó desde el minuto uno la obra del hombre que cambió el fútbol como jugador y como entrenador. Lo hizo junto a Casaus, Gaspart, y en última instancia, Rexach, menudo librazo se perdió Pedro Vera. Y lo hizo por envidia y poder. Por envidia, porque un futbolista fallido, alguien que ha sido hazmerreír en las pachangas, no perdona jamás al bueno del barrio, a los hábiles en general, ni especialmente a los mejores, y por supuesto, dedicará toda su existencia a destruir el nombre del Genio Absoluto.

Y por poder, porque el día uno Cruyff cogió a Núñez y Gaspart y les dijo aquel maravilloso «vosotros dos no tenéis ni puta idea» para aclarar quién mandaba en el tema deportivo. Fueron siete palabras que cambiaron para siempre el club; para algunos fueron el inicio de los ismos, puede que fuera más justo decir que fue el alumbramiento de algo parecido a una resistencia contra el mediocre y omnipresente poder único que manejaba el club hasta entonces. El holandés se ganó aquel día enemigos poderosos con acceso total a los medios; el Barça obtuvo un pasaporte para huir de la naftalina de las Recopas, el 4-4-2, la lagrimita por los árbitros y el ser un equipo cualquiera. Huelga decir que Núñez jamás perdonó que lo mejor de su mandato llevara la firma no ya de otro, sino, para más inri, de alguien que fue su exacto antagonista durante ocho años.

De todos los ataques de cuernos de Núñez y sus fan boys para con Cruyff, permitan que entremos a fondo, hay uno que nos conmueve especialmente: aquello de que Núñez creó la Masia. Por el amor de Dios, tengan algo de vergüenza. ¿Creen ustedes que la Masia son cuatro paredes y un tejado? ¿Acaso es Harvard un montón de ladrillos? ¿O tal vez crear una cantera es formar desde siempre a los niños con un mismo esquema para luego apostar por ellos? Casi parece un chiste, el claro síntoma de una importante tara mental, pero se repite hasta la saciedad: Núñez es el fundador de la Masia PORQUE CONSTRUYÓ UNA RESIDENCIA. Conviene recordar que Calderé subió al primer equipo con 51 años. Y que es muy probable que aquello no tuviera ni agua caliente. En fin, basta decir que entre los heraldos de esta locura ha sobresalido el Lobo Carrasco, símbolo nuñista y símbolo del nuñismo antes de Cruyff: una Liga en 11 temporadas pero, desde entonces, estrella mediática omnipresente en eterna representación del Barça. Que el Lobo Carrasco fuera poco menos que el futbolista predilecto de Núñez es algo que, no les engañaremos, también nos alarga la vida.

Pero Núñez no sería Núñez sin el factor roña.

Como empresario, y al margen del aspecto delictivo, fue un hombre obsesionado con los costes. Hay empresas que triunfan por su producto, las hay que lo hacen por la innovación, las hay que simplemente logran producir más barato. En eso, el constructor nacido en Barakaldo e hijo de un agente de aduanas fue un verdadero artista. Y trasladó esa obsesión al club.

Hay quien señala este aspecto, la gestión económica, como el gran logro de su presidencia. Sabemos quiénes piensan así. Son amigos de un servidor de ustedes, auténticos hermanos; y saben que en este asunto cuentan con nuestro formidable desprecio intelectual. Porque oigan, somos el Barça. Siempre hemos sido el Barça. Since 1899, referente absoluto a nivel mundial en el primer deporte del planeta. ¿Cuántos a nuestra altura: cinco, diez? ¿Nadie? En Shanghai quieren nuestras camisetas. Y en Tucumán. Y en Vladivostok. Y eso es la clave de todo lo demás, con presidencia de Núñez, de su portera o de Carmen de Mairena. Nos negamos a conferir a los presidentes de marcas globales como Coca-Cola, Walt Disney o los Lakers ningún rol fundamental en el devenir de la cosa. Y por supuesto se lo negamos a un constructor que despreciaba la ley.

Pero aquí no sólo cuestionamos el papel de Núñez en la recuperación económica del club, sino que le culpabilizamos de una herida del alma que nos produjo su tacañería: fue él quien metió la calculadora, el ábaco y el vil metal en el universo de los sueños futbolísticos. Logró que el soci estuviera de acuerdo en que a uno bueno no se le podía renovar, o que había que vender a un crack por tanto, o que había que acumular terrenos y patrimonio y mierdas. Con él muchos dejaron de mirar el juego con los ojos de un niño, el avaro Fagin se coló en la pasión de nuestra infancia.

Lo hizo además, en un país especialmente sensible a esos discursos. Su discurso de minifundista se ha fusionado con el ancestral imaginario culer, que entronca con la naturaleza botiguera del catalán, y ha tenido efectos demoledores en un pueblo que ya no sueña con conquistar las estrellas, sino con arribar a final de mes, fer butxaca, quadrar números y repassar l’escandall. Núñez mediante, el soci dejó de ser alguien a quien le apetecía ver jugar con extremos, o meterle tres al Espanyol, o ver si los brasileños eran tan buenos como se decía. Núñez mediante, el soci proyectó en el club su frustrada vocación de taxistas, gestores o triunfantes dueños de un hortet de patates.

Y así nos fue: qué malgastador Cruyff fichando a un holandés lento por mil millones, y menudo divo está hecho, y tanta hostia y al final nos hemos olvidado de  los cojonazos que tenía Migueli. Lo uno, la obsesión pecuniaria, llevó a lo otro, la permanente sospecha del talento y el Guardiola, maricón. Y de pronto, toda una generación de aficionados al fútbol olvidaron el balón y se preocuparon de no sé qué terrenos y del salario del mejor jugador del mundo, en vez de esperar al domingo con el corazón saltando en el pecho y la expresión alelada de los chavales.

Resulta importante, y trágico, comprender que cuando hacemos este retrato del primero de los nuñistas no estamos hablando de un ser remoto, que vivió en otra era y otra latitud. Estamos hablando, y no es una exageración, de todo un padre, que lógicamente dejó sus miserias en nuestra estirpe, en nuestro mundo. Así, cuando nos alegramos de encontrar una roñosa moneda de dos céntimos bajo la nevera, y la sacamos con sonrisa de triunfo, allí están nuestros genes malos. Cuando regateamos durante media hora con un teleoperador por un descuento de tres euros y lo vivimos como la toma de Constantinopla, en efecto, la mitad mala. Cuando suspendemos en unas oposiciones pero nos queda el consuelo del cate de nuestro colega, ay, Josep Lluís, hauries d’haver anat al cine.

No, no es Tutankamón de quien hablamos, sino del creador del sistema de poder aún vigente en Can Barça y que hace que, con el control de cuatro medios, las peñas y los Boixos sea prácticamente imposible que el nuñismo pierda unas elecciones.

Tuvo Núñez, en ese zulo que fue su persona, la suerte de ser el mejor humorista involuntario de su era. Las abundantes lágrimas de risa vertidas por él desde siempre, admitámoslo, encierran ahora enormes culpabilidades. Pero con la flagelación, la convicción de que hubo humoristas que fueron blanqueadores profesionales de su figura, puede que fueran los mismos que pintaron al abuelo de Cardoner la etiqueta de entrañable abuelito y los mismos que copan ahora las tertulias del canal oficial del club.

Tal vez la tendencia hagiográfica que sigue en estos lares a la muerte pueda cortocircuitar la buena memoria. Los barcelonistas que somos amantes del fútbol, en cualquier caso, nos miramos muchos días al espejo sabiendo que nuestro club es una mierda como no hay otra en el mundo. Y en las reuniones familiares a las que asistimos entre la resignación, la derrota y la devoción por los últimos hijos de Cruyff, no deja de asombrarnos el desfile de personajes de esa penosa Catalunya folklórica, corrupta, casposa, ligeramente franquista y sin duda maloliente.

Los miramos y nos resignamos. Son la mitad mala. Son, como nosotros, hijos de Núñez.

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