Copa del rey

Aquí y ahora

31 enero , 2019

Resulta triste ver al barcelonismo aferrado al ábaco y al calendario a la hora de valorar las incómodas eliminatorias de Copa del Rey de enero. «Nada, salimos con el B y perdemos y ya». «Que jueguen los Semedos». «Messi y Busquets fuera de la convocatoria». «¡Lo pagaremos en abril!» Triste, porque es una falta de respeto al mejor equipo de la historia (lo será hasta que se jubilen La Bestia Parda y Busquets). Triste, porque ese pensamiento cicatero, roñoso y en esencia nuñista atenta contra los dos grandes méritos de este equipo: esa competitividad de psicópata, esa alegría de niño.

«Este Barça no tira nada», dijo Messi, tras el encuentro. Este Barça juega como si fuera el último día. ¿Recuerdan ustedes cómo jugaban en el patio del colegio cuando tenían quince minutos, ni uno más, para jugar? Ahí no se reservaba ni dios, porque era el mejor momento del día. Qué vergüenza que sea el jugador más grande de la historia el que tenga que recordarnos esas efusiones, esa felicidad deslumbrante. Este Barça no tira nada porque sabe que el fútbol es un dios al que hay que rendir culto cada día, porque ha conocido desgracias, Manolas, tumores, lesiones, depresiones colectivas. Porque el fútbol y la vida enseñan más que un gurú sacacuartos Gran Maese de la Cosa de la Gestalt. Y si en el campo se juntan Busi y La Bestia, e irrumpe Arthur para decirnos que Xavi no fue un sueño, y vuelan Alba y Sergi Roberto y percute Suárez y resucita Coutinho y luce bíceps Cillessen, pues qué cojones vamos a pensar en marzo, abril o quién sabe qué. Sólo existe ese partido. Sólo existe esta noche. Sólo el 6-1 al Sevilla.

Los complejos ochenteros, la madriditis crónica, la infinita resaca del nuñismo acomplejado nos han llevado, además, a obsesionarnos con las putas Champions tristes de La Banda. Es una mentira. El fútbol nunca lo descifrará Wikipedia en ese sórdido apartado llamado «Palmarés». El fútbol fue un puro que le metió el Barça al Celta hace unos años que nos alargó la vida. Nadie repartió trofeo alguno tras el choque, quedaba media Liga, pero aún recordamos aquel día. Debía ser Copa del Rey otra noche antológica contra el Valencia, hubo ratos en que no se podía jugar mejor a fútbol. Al PSG le cayó un 6-1 en una de las noches más felices que han vivido los futboleros de todo el planeta, independientemente de su camiseta, porque aquella barbaridad nos recordó que la vida siempre puede abrirse paso. Dentro de 15 años nadie recordará quién ganó esa Champions, pero ese partido será rememorado dentro de un milenio. En la última final de la Copa del Borbón Catalanófobo el fútbol le regaló a Iniesta el final más glorioso que un jugador puede tener e Iniesta le regaló al fútbol la final más bonita que alguien pueda presenciar. Aquel día sí hubo trofeo; también hubo multitudinario calvo real y uno no sabe con qué quedarse. Y ay, lo de esta noche salvaje también queda para el recuerdo. Vendrá el Alzhéimer y, saben qué, naufragará en las playas de nuestras felicidades de hora y media.

Amigos barcelonistas, por decencia y por simple agradecimiento: no calculemos, no midamos, no especulemos. El sábado vuelven a jugar. Estaremos el resto de nuestra vida añorando esto, este aquí y este ahora.

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