Champions

Sumo Sacerdote

1 mayo , 2019

Klopp lo entiende. Se le escapó una frase donde afirmaba que el Camp Nou no es un templo del fútbol. Nunca es mal momento para insultar a un bárbaro, así que se le lincha, aunque también dijo que nunca se ha hecho selfie alguno con nadie que no sea Lionel Andrés Messi Cuccittini.

Pobret, Klopp lo va a entiender todo.

Entiende que su equipo puede imponer su ritmo, su fulgor, su ambición, apretar en corto y en largo, martirizar a dos héroes como Alba y Sergi Roberto, poner a prueba a Ter Stegen, hacer quedar mal a Piqué, Lenglet y Busquets. Entiende que en 90 minutos como visitante puede hacerle cinco ocasiones clamorosas a este intratable y campenísimo Barça, convertirle en muñeco de trapo durante largas  y angustiosas fases del choque.

Pero hay cosas que nunca quedan fuera de control.

El millón de accidentes y voluntades que entrechocan en cada balón, en cada desmarque, acaban dando un resultado que a menudo escapa a la razón. Vaya, un tío solo. Vaya, el inútil de la cresta ha dado un pase bueno. Cojones, Busi la ha cagado. Uno puede ver aquello como una sublimación de la ruleta rusa, del puro azar, como un abominable engendro del manicomio; o puede leer desde la altura.

Desde allí arriba, uno ve que el fútbol le robó a Messi un penalti en las semis del 2008. Un penalti que era una final. El fútbol le boicoteó, volcán y árbitro mediante, en 2010, también en semis. En idéntica ronda al fútbol le castigó en 2012 con un penalti al larguero y un rival que sólo ha sido superado en potra por La Banda de los últimos tiempos. Demasiadas rondas menores en que rivales sin arte les dejaron fuera. Y una selección fraudulenta, una final del Mundial que se escapa, dos Copas Américas perdidas también en el último instante.

Y eso que son tantos años en que cada domingo se acerca al altar y hace el mejor sacrificio del fin de semana, contando todas las categorías de todas las ligas de todo el planeta. Siempre él. Son tantos sus milagros a mayor gloria de esta nuestra religión del balón.

Tal vez haya una voluntad superior.

Hay un momento, la epifanía. Es el minuto 80, y hay una falta a tomar por el culo. Es el minuto 80, el mismo minuto que desde un día remoto de 2015 dejó a un tal Boateng en la historia del fútbol. El 80, porque hay cosas que nunca quedan fuera de control. La Bestia Parda no exagera la liturgia. Hay un montón de gigantes en la barrera, y bajo palos espera un top 5 mundial. Si la chutan usted o Klopp, la bola no llega ni a la frontal de la pequeña. En ese momento, el técnico alemán está a milésimas de asistir a una de las grandes revelaciones de su vida.

Una figura menuda, de 169 centímetros, un Dios encarnado en futbolista, arranca hacia el balón. Lo hace con la convicción de los elegidos. Antes de chutar, se diría que le han susurrado algo. Se diría que ha oído la frase que cambiará una noche de siniestro aguacero en el Camp Nou. El Sumo Sacerdote callará, no dirá nada, sonrisa tímida, el mundo a sus pies. Pero antes de que el mundo explote tras su bíblico disparo, en su cabeza se oyeron dos palabras, pronunciadas en lengua negra, la que sólo entienden los elegidos:

Not today.

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