Los nuestros

Las notas (y III). La derrota de Dios

13 julio , 2019

«En el ventanal aparece un desierto interminable y ardiente y un soldado solo, llevando la bandera de un país que no es su país, de un país que es todos los países y que sólo existe porque este soldado erige su bandera abolida, joven, andrajoso, polvoriento y anónimo, infinitamente minúsculo en aquel mar llameante de arena infinita, andando hacia adelante bajo el sol negro del ventanal, sin saber bien hacia dónde va ni con quién ni por qué, sin importarle demasido siempre que sea hacia adelante, hacia adelante, siempre hacia adelante».

Soldados de Salamina, Javier Cercas

¿Qué hacer arriba? Tenemos al mejor de la historia, en su año más dulce, y no basta. La guadaña debe silbar y el fichaje de Griezmann (pronto en su agujero favorito) ya es gran consuelo. El fútbol es un asunto complicado, donde cualquier detalle es decisivo. En un mundo donde tú tienes a Bartomeu, Segura y toda esa tropa, no puedes dejar cabos sueltos. Y cabos sueltos son un tío que en noviembre desaparece. Cabos sueltos son un pájaro que ha culminado un año horripilante y a quien deberíamos prohibir la entrada a esta ciudad por siempre jamás. Cabos sueltos son suplentes que no están a  la altura  y una preocupante concentración de la capacidad de desequilibrio en la Bestia Parda.

La guadaña debe silbar, porque como una sierra eléctrica, la película de terror de Anfield sigue dando vueltas en nuestra cabeza. Sólo Messi y el calamitoso Alba crearon aquella noche. Dembélé, les constará a ustedes, estaba lesionado, como estaba convaleciente en la ida. Y Coutinho estaba en modo André Gomes, como en el conjunto del año. Hagamos sitio y, ya que hemos sido incapaces de equilibrar el equipo en la medular, al menos tengamos delanteros de primer nivel, de los que crean juego, de los que resuelven cuando nada hay. ¿Han cantado Neymar? Sí, por favor. Ya haríamos para que no jugaran los cuatro animales arriba. Pero el privilegio de volver a tener a un artista de su nivel competitivo no es algo a lo que se pueda decir no.

Messi. 10. Héroe. Un 10 que es un 100, un 1.000. La 2018-2019, de amargo final y desencadenada barbarie nuñista, será recordada, pese a todo, como el año del mejor Messi. El año máximo, la suma perfección. Los números alcanzan los irreales cotas de cada año (52 goles y 19 asistencias en todas las competiciones, por contextualizar, el Pichichi de la Liga de Fútbol Sala ha metido 38) pero lo que hemos visto, el masaje permanente a nuestra retina y a nuestro castigado corazón, eso sí cuenta la verdad.

Nunca Messi fue tan determinante. Y tal vez eso se deba a la caída de la producción de sus compañeros ofensivos, a la decadencia de la medular. Si alguien puede hacer arte sin necesitar un contexto, ésa es La Bestia Parda. Y eso hizo. Recordemos el gol de Mestalla. Las barbaridades en Cornellà. Recital absoluto en el Pizjuán. Sublimación en el Villamarín, donde lo hace todo, 15 veces, y lo redondea por encima del imbécil que un día le pisó.

En todos los partidos jodidos, ahí estuvo Messi. Para meter el gol que daba la Liga, Messi. Para asistir en el Calderón, con una sensibilidad que sólo han tenido en la mano algunos artistas de siglo en siglo. Para fulminar al Getafe con el 0-1. Para gestar el milagro del Villarreal. En el suplicio de Eindhoven. La demolición del United. Siempre, en todo momento, sin descanso, con la bandera arriba.

Pero si éste ha sido el mejor año de Messi es por lo que lo ha querido. Nunca el deseo de ganar estuvo tan presente en el Dios del Fútbol desde el temprano mes de agosto. Lo que le hemos visto es equiparable al trimestre final de la apoteósica 2010-2011, pero en un esfuerzo demencial, continuado y autodestructivo. «Esa copa tan linda». Ay, señor. Lo que hizo al Tottenham es historia viva del fútbol, uno de sus cinco mejores partidos, así de enorme. Dos remates al mismo palo, el tercero, de nuevo allí, pero a gol, presión demente en el 93, y el premio del gol. No hay un juvenil en toda la casa que haga lo que hizo aquella noche el Dios del Fútbol.

Le hemos visto transido de deseo, en un trance de desesperación por el título que se le ha negado en los últimos cuatro años. Pero de nuevo, la dura realidad de que Ali boxeaba solo, Jordan, acompañada de sólo cuatro; a Messi le toca aguantar los imponderables de una decena de tíos, Federer no tiene que darle a Mascherano un revés cruzado en pleno tie-break. Y ni su sobreesfuerzo ha bastado. Para la historia nos deja sus 10 goles de falta, con esa última obra de arte, la falta de Dios, en el choque ante el Liverpool. Hacia adelante, siempre adelante.

Con Messi nos ocurre que su estratosférico palmarés nos llena de pena, porque no está a la altura de lo le ha dado al fútbol. Y nos ocurre que hemos olvidado que es una persona, que a veces le ocurre lo de Liverpool, cuando en un mano a mano con el portero -nunca supimos si anulado por fuera de juego- prefirió un recorte fallido sobre el central al chut. Y lo piensas porque entiendes las cagadas de Alba, y el poco acierto de Suárez, y que Coutinho es basura, pero nunca entenderemos que Nuestra Bestia se equivocara ahí.

Dembélé. 4,5. Espejismo. Les voy a contar lo que escuché en el desierto de la misma boca de una divinidad: usted sabe, como yo sé, que el talento de Dembélé es un asombro, algo que posiblemente no hayamos visto nunca. Su capacidad para driblar en corto y en largo con las dos piernas, su naciente olfato de cara a gol y una velocidad terrorífica hacen de él uno de los futbolistas más asombrosos del planeta. Ustedes recuerdan el pepino de la Supercopa, el baile a Pedraza, la barbaridad ante el Tottenham. Pues bien: es todo mentira. Eso oí allá abajo, hablaba un arbusto en llamas. Es mentira y lo que usted sabe que es Dembélé choca contra la propia naturaleza de Dembélé, heredo de Sex, artista de la desaparición primaveral. Dembélé es puro espejismo, fiego artificial, flipado de Cupra a 374 km/h.

Dembélé ha venido al mundo a efectuar extraños ritos de apareamiento para asombro nuestro. Pero en los momentos decisivos, Dembélé es una morsa ciega que se lanza al vacío. Vender ya, y todos a gozar del chalado en Youtube.

Malcom. 5. Realizado. El bueno de Malcom, un señor con una falta de ortografía en el nombre, lloró en su primer gol europeo. El bueno de Malcom le marcó a La Banda en el Camp Nou haciéndole un in your face a Ramos. Ha jugado poquísimo, pero ha mantenido un nivel decente cuando le hemos visto a lo largo del año, pese a su atropellada actuación de Anfield. Lo ha cerrado con cuatro goles y dos asistencias y nos da que a este Superdetective en Hollywood no lo volvemos a ver en la vida. Dirá adiós realizado y con un par de buenas historias para sus nietos. Y permitan que lamentemos que nunca nos deberíamos ver compitiendo con la Roma por nadie y que nunca deberíamos echar a un Munir por un tío así.

Suárez. 8. Cumplidor. ¿De verdad tenemos que seguir defendiendo a Suárez de sus haters? ¿De verdad hay que estar cada semana reivindicando a un delantero centro de 25 goles y 19 asistencias? No sé, igual hay quien ve mejor a Cavani, o a Harry Kane, a Lewandowsi, al Portilho de Madeira. Suárez, competitividad uruguaya al servicio de la causa y bro de Messi, ha logrado a sus 32 añitos un año en que le ha metido cinco chicharros al Mal, en que reventó la resistencia del Atlético en el Camp Nou y en la Liga con esta obra de arte. Y no me hagan hablar de cómo ha patentado la asistencia sin tocar el balón para dejar solo al tío que entra: de verdadero superclase mundial. La tercera y última aportación de Suárez a este año, a los cuatro quintos triunfales del año, llegó con las estratosféicas voleas en Getafe y Villarreal. Insistimos: nunca hemos visto aquí a nadie que remate tan bien cabras que caen de los cielos.

Y sí, hay pecados en su mundo. La tuvo en Anfield y no entró. Se borró descaradamente de la final de Copa, que nos digan la verdad, para llegar bien a la Copa América. Pero el fútbol ya se cobró su venganza con ese penalti fallado. Si el problema del Barça fuera Suárez, qué bien nos iría.

Kevin-Prince. S/C. Pasamontañas. Valiente cleptómano el que se ha colado en nuestra vida. Un saludo a los que critican a los juveniles que se marchan convencidos de que no llegarán: su plaza, señores, es para engendros como éste.

Coutinho. 0. Chacha. El periodismo de la ciudad, los 300 tíos que cobran por seguir al Barça, ha fracasado a la hora de explicar el horroroso ejercicio de Coutinho. Fue el mejor de Brasil en el último Mundial, justo después de seis meses prometedores en el Barça. Pero arrancó la 18-19 y se limitó a sus chutitos, cayó en la depresión de la nula aportación ofensiva y lo redondeó con su infecto rendimiento en Anfield. Cuentan, dicen, que Valverde no lo quería alinear en ese estadio, que Messi le hizo cambiar de opinión. Quién sabe, pero resulta horrendo pensar, por un solo segundo, que La Bestia sí creía en este ser deprimente, en este exjugador, en el verdugo que sólo ante Alisson le dio el balón más fácil que pudo.

El desecho, que felizmente abandonará el club en breve, acaba el año con 11 goles y cuatro asistencias a lo largo de toda la temporada: un año atrás y en sólo cinco meses logró diez y seis. Y el periodismo de la ciudad acertó tan sólo a descubrir que el melancólico Coutinho, el hombre al que imaginamos voz de castratto flotando en helio, vive en el que fue el casoplón de Sex y André Gomes.

Desde aquí un mensaje de concordia en su adiós a la ciudad, de parte mía y de mis amiguis:

 

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