Bajas pasiones

Eutanasia

16 noviembre , 2019

Podemos proclamar sin miedo a error que el trío de partidos Levante – Slavia – Celta es probablemente la peor mierda en tres actos a que hemos asistido desde la negra noche gaspartista. Partidos infames, sin pasión ni nervio ni sentido coral; exhibiciones impúdicas de piernas abotargadas, carnes colgantes, insuficiencias coronarias y péndulos de baba.

Esta triple infamia ha dado decibelios a una reivindicación que hace tres años que tiene eco: la que chilla que hay que jubilar ya a Busquets, Suárez, Piqué y Alba. Que vale ya de pensionistas mantenidos, que es hora de dar paso a nuevas generaciones que puedan aguantar sobre sus cuádriceps una idea de fútbol a la altura de lo que es el Barça since 1990. Que eutanasia y fuera.

Ocurre, sin embargo, que estos ancianos no han pedido morir. Piqué sigue encontrando en su hora y media productiva de la semana una arena única para afilar su competitividad. Alba cree que aún no ha llegado su último alley-hoop. Suárez, que nos ha regalado este año varias obras de arte con golazos formidables, demostró con este insuperable aborto de fealdad que aún tiene hambre de fútbol. Y Busquets, nuestro Busquets, qué tío entrañable, qué escena: marcó el otro día un gol y se giró a la grada a agradecer el aplauso y súbitamente ya no era un futbolista, sino un venerable y enjuto veterano de guerra en el día del desfile de las Fuerzas Armadas que dice adiós porque sabe que es la última vez.

¿Creen, de veras, que hay que acelerar el adiós de unos tíos que ya se saben de salida? ¿Creen que ellos no ven que Dembélé les espera en las contras, que De Jong les podría atropellar con graves consecuencias para su salud en cualquier entrenamiento? En esta casa supimos tener paciencia con Puyol, el futbolista más sobrevalorado del Camp Nos en los últimos 30 años. Se retiró en el 2015, tres lustros después de su única gran noche (aquél del marcaje a Figo) y dos años después de aprender break dance con Di María. Xavi tampoco puso muchos morros y se piró tranquilamente sin enloquecer por sus merecidas suplencias durante su ocaso. Son leyendas del Barça, pero no ciegos, y saben cuándo alguien les pasa por encima y cuándo conviene esperar en el banquillo para salir a recoger la copa. ¿Fue Iniesta un estorbo? Tampoco: firmó el mejor último partido que podamos recordarle a un jugador del Barça y al salir, admitió que lo dejó porque «no podía más» con la exigencia del Barça.

Convendría pues pedir al Komando Eutanasia que se calme, que  confíen en que este equipo recupere piernas y sensaciones y aguce su legendaria competitividad para cuando lleguen los meses buenos. Convendría recordarle también que cuando la eutanasia no es deseada adquiere otro nombre. Y pensar que el modo en que tratamos a los artífices de los mejores años de nuestra vida nos define como civilización.

Y me dirán ustedes, alterados, con la vena neoliberal encendida, con esa peligrosa mirada del darwinismo desencadenado, dónde debe acabar nuestro espíritu asistencial y solidario. Pues dónde va a terminar: en La Bestia Parda. Con Messi no habrá piedad. Messi jugará para siempre.

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