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Nuestro niño feo

25 noviembre , 2019

«Realment era un nen lleig. Però, pel que veia, em feia l’efecte que Bud i Olla no n’estaven massa amoïnats. I si ho estaven, potser simplement pensaven: “Bé, d’acord, és lleig. Però és nostre. I això no és més que una etapa. Molt aviat vindrà la següent etapa».

Raymond Carver, Catedral

Amigos, hermanos, abracémoslos, pues nuestra es la fealdad. Milímetro a milímetro hemos ido descendiendo del Everest del fútbol a la Fosa de las Marianas. No ha sido un viaje sencillo: ha requerido de la inquina de Rosell, la incompetencia de Bartomeu, las implacables razones vegetativas, el formidable maquillaje de La Bestia Parda, del pésimo gusto de Luis Enrique a la hora de fichar centrocampistas y la consabida conjura entre pesos pesados del equipo para jugar más replegaditos, más juntitos, más mediocritos.

Nuestro descenso de 19 kilómetros para abajo ha llegado a su fin y parece que al fin tenemos un equipo que a pesar de alinear en el centro del campo a Busquets, De Jong y Arthur es indiscernible del Sestao. La reciente racha de Levante, Slavia, Celta y Leganés, con ese infecto dato que apunta que seis de los últimos siete goles fueron a balón parado, son nuestra Capilla Sixtina del fútbol infame. Levante, Slavia, Celta y Leganés: hemos visto idéntico fútbol al de nuestros hermanos norteños, que se han enfrentado a Baskonia, Urdúliz, Balmaseda y Gernika.

Admitamos que el sopor, la muerte cerebral ante la pantalla, tienen su aquél. De pronto nos encontramos filosofando sobre el paraíso perdido, en la belleza, ¿acaso era posible jugar bien? ¿Cómo de difícil resultaría volver a aquello? ¿Nos redime una parábola de dos segundos de hora y media de mezquindad? ¿Cuánto nos importa lo colectivo a nosotros, bestias egoístas?

Esta fealdad, que no es la de un niño, sino la del anciano que comienza a oler raro, forma parte del asunto. También está ahí otra realidad: que éste es un mundo raro donde quizá sigamos ganando. Pero claro, igual nos la suda un poquito. Igual le pedimos a la vida pasión, belleza y rondos. Puestos ante el verde, con mirada bovina, triangulamos que no podemos andar tan lejos: 19 kilómetros no son nada. Que ya llegará otra etapa. Que un partido más como éstos, y el golito de córner tras un rebote será jaleado con un sonoro y regocijado «¡Muuuuu!».

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