El mito

La guerra que importa

26 agosto , 2020

-¿Cuánto se necesita para formar una tormenta? -preguntó la tabernera con calma.

Historia de dos ciudades, Charles Dickens

Fue Cruyff, está documentado, quien allá por el año 1988 pronunció una frase en una reunión a tres dirigida a sus dos interlocutores:

-Vosotros dos no tenéis ni puta idea.

Núñez y Gaspart, destinatarios de esas palabras, encajaron con terrible frufrú de casullas y muchos marededéu. Y miraron al genio del fútbol, entendieron que era el enemigo, y dieron comienzo a La Guerra Que Importa.

El 25 de agosto del 2020 será recordado como el día que Leo Messi escribió un documento diciendo que quería dejar el Barça y se encontró por respuesta no sé qué de una cláusula y la ineludible rapacidad botiguera del «que traiga el dinero y se vaya». Es el último y penoso episodio de una confrontación tectónica que tiene lugar en el subsuelo de la capital catalana desde finales de los 80. Es el choque entre los patricios y los sans-culottes, entre los que creen que el Barça es una filial del Club de Polo y los que saben cómo huele un peto sudado.

Ocurre que los primeros consideran que el Barça les corresponde por herencia divina. Y ocurre, tristemente, que su descarado convencimiento basta para convencer a la mayoría de los socios, castigados aún por reminiscencias medievales de clase y genuflexos ante ciertos trajes, ciertas corbatas, ciertos apellidos y ciertas cabeceras.

No importa que el Barça sólo haya tocado el cielo bajo el influjo de un huérfano iletrado hijo de una limpiadora de casas y criado en la postguerra europea. No importa que sea tan reciente la monumental obra estética de Guardiola. Para algunos, el hecho de que los que saben de fútbol quieran mandar en el Barça supone una alteración del orden natural de las cosas. Y les votan, y los analfabetos del balón ganan. Con un agravante: los nuñistas no sólo son ignorantes; son, ante todo, rencorosos.

Y así está el Barça. Toda una vida manteniendo batallas balompédicas contra el cinismo oceánico de La Banda, cuando la verdadera guerra, la que nos lleva al juego superior y a los grandes hitos, se libra en otro lado, entre los que conocen la receta de un fútbol único y los que pretenden que éste sea «un club normal«, por no decir un Sestao, un Burgos o en el mejor caso, un acaparador de Recopas.

Son muchos los que han quedado arrollados y sometidos en esta guerra, víctimas de la maquinaria defensora del Barça llorón, victimista y de 4-4-2. Cayó Cruyff, cayó Guardiola, y le tocaba a Messi, era su destino histórico y ha asumido su responsabilidad. Mientras un señor embozado presentaba ayer a Trincao, el mejor jugador de la historia del Barça y tal vez del fútbol, el increíble jugador-club, enfila su salida. Pero hay manifestaciones en ciernes, y acciones de responsabilidad, y un escándalo creciente en Barcelona. El clamor por la salida de Bartomeu ya sólo es refrenado por la pandemia y por la olímpica cara dura del nuñismo de nuestra era.

Puede que la desigual guerra de siempre pueda inclinarse al fin del lado de los buenos. Puede que ése sea el último y providencial servicio de Leo Messi a la que ha sido la obra de su vida: nuestro Barça, el de los tarados, el único Barça que existe.

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