El mito

El Dios del Fútbol (I): La profecía

29 agosto , 2021

«Yo os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto os servirá de señal: hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre«

Lucas 2:12 y 13

Comenzaba el siglo y todo era oscuridad en Can Barça. Gaspart ponía su grotesco colofón a la decadencia del nuñismo y fiábamos nuestros gozos a Saviola, a Gerard López, a Cocu. Los años 80 habían vuelto. Fue en aquel tiempo siniestro cuando oímos la profecía por primera vez. «Hi ha un nen a La Masia…». Nadie completaba la frase. Era tan bueno y tan diminuto, que aquello no cabía en ninguna cabeza. Con el tiempo fuimos sabiendo retales de su historia: un problema de crecimiento, un viaje desde Suramérica con un padre que nunca sonreía, el adiós a la familia, la determinación. Al segundo partido con el Infantil se rompió, decían, y llegaron las dudas: «Lío, ¿qué querés que hagamos? ¿Volvemos?», le preguntó su padre.

El talento de aquel pequeño futbolista se multiplica con cada centímetro afanado. Forma parte de una generación histórica del fútbol base, pero ninguno crece lo que él. En 2003, cuando tenía sólo 16 años, ya pocos entendidos ignoraban que había en la cantera un fuera de serie que había empezado el año en el Juvenil B para pasar por el Juvenil A, el Barça C y el filial y que debutó con el primer equipo en un partido contra el Oporto. La magia de las primeras veces se alargó durante un éxtasis de meses. No acababa las jugadas, pero se movía como un rayo, se lanzaba a la portería como una furia. Parecía un elegido y llegaba justo cuando de la mano de Laporta, Txiki y Rijkaard la oscuridad empezaba a quedar atrás.

En aquel tiempo, el Barça cabalgaba a lomos de Ronaldinho y Eto’o, ambos en lo más alto de sus carreras. Y Rijkaard, de natural liberal, permitía ver los entrenos a los periodistas. A poco que uno se fijara, veía rápidamente que algo no iba bien en Matrix. Messi no perdía una en los rondos. Igualaba las asombrosas virguerías de Deco (un día les contamos) y hasta aburría a su mentor. Pero el desprendimiento de gónada llegaba en los partidillos: lo normal era que Ronaldinho metiera tres goles, por dos de Eto’o. Pero los dos mejores delanteros de Europa del momento nunca eran los máximos goleadores en las matinales junto al Camp Nou. El tal Messi metía nueve o diez, cada día, cada día, cada día. Envuelto en pañales, acostado en un pesebre.

Aquel prodigio en ciernes debutó con el 30, un dorsal que nunca creímos que acabara por dolernos tanto. Se estrenó contra el Espanyol, y en su primera vez le marcó al Albacete por partida doble de vaselina. El nivel del chaval era un asombro. Lo diría Capello tras el ya mítico segundo tiempo de Messi en el Gamper de aquel verano: no había visto cosa igual desde Maradona. Recordamos muy bien cómo a Giuly le cambió la cara en pocas semanas cuando paseaba por la zona mixta. Al principio, la sonrisa satisfecha de creerse titular en los partidos grandes. Al poco, la estupefacta y resignada mueca; contra el Madrid el titular ya era el niño. El mismo gesto se lo veríamos a muchos otros: era inverosímil que un tío de 18 años jugara a ese nivel.

Hay otras miradas que recordamos: la de los cinco tíos que dejan los rivales cuando tienen córners a favor para defender al trío de azulgranas que aguarda con venenosa disciplina en medio campo. A un lado, Ronaldinho, en medio, Eto’o, a la derecha, Messi. El mundo era un lugar maravilloso, en la 2005-2006. Y eso que, a pesar del torrente de verticalidad que desencadenaba a cada acción, el nuevo prodigio no encontraba portería. Su primer gol en Champions, burlando terriblemente al portero, lo celebró con rabia por la docena de ocasiones que llevaba falladas en ese inicio de temporada.

El Barça voló aquel año a la Liga y se llevó la Champions tras dejar en el camino a Chelsea, Benfica, Milan y Arsenal. Messi sólo estuvo en el primer partido de la primera ronda, pero a fe que aquellos 90 minutos valen la muesca en su palmarés. Fue el día que entendimos que no sólo era un crack, sino que tenía una personalidad de ganador, las pedía todas, lo quería todo. Fue uno de los mejores partidos de la década, una batalla tremenda, y en el infame patatal de Mourinho nadie brilló como Messi.

La gloria, 14 años después, volvió a ser azulgrana en mayo del 2006. Belletti la hizo, y Messi, dolido porque Rijkaard no le consideró recuperado de su lesión, no aparece en ningún póster. Aquel crack primigenio, aquel proyecto de Dios, es el que recordamos de uno de los mejores anuncios de siempre. Y ya nunca olvidamos su nombre.

 

 

 

3 Comentarios

You must be logged in to post a comment Login