El mito

El Dios del Fútbol (III): ‘Big Bang’

12 septiembre , 2021

Las leyes eternas del fútbol exponen claramente que nunca los chavales de 16 tacos se dedicarán a jugar contra niños de siete. Entonces llega Guardiola y salta todo por los aires.

Arranca una nueva era y descubrimos un placer sádico; el de llegar a la media parte con un total de cero ataques en contra, posesiones por encima del 80%, rivales como escarabajos patas arriba. Puede que nunca viéramos tan buen fútbol y dentro de aquella máquina de arrasar colectiva, el flamante 10 aguardaba escorado a la derecha. Cuando le llegaba el balón, el sadismo mostraba su vertiente poética.

Porque mágicamente, aquel jugador exuberante y con un punto quijotesco se convierte en un obediente cirujano que participa del juego y espera su turno. El reloj más perfecto de la historia del fútbol se está afinando: Guardiola cede el mando a Xavi, unge a Iniesta y blinda el equipo con Busquets. Pero en la caseta no hay dudas: la estrella es el pequeño argentino, es su momento.

Con los mismos muslos de siempre, pero por fin ajeno a las lesiones, recibía al pie y tiraba una diagonal aparentemente indefendible. Se centraba, se centraba, se centraba, y pum. Aquel futbolista comienza a superarse a cada partido y aupado por Alves, arrancaba carcajadas y mans al cel a su pueblo cada semana. Era Bubbka batiendo el récord centímetro a centímetro; un abuso su superioridad sobre el resto de delanteros del equipo -dos glorias llamadas Eto’o y Henry- y los que veíamos en el resto del planeta. Algunos metían goles, pero ninguno conducía, pasaba, driblaba como él. Tampoco había quien anotara tanto como Messi.

En aquellos meses, el Barça vuela. Xavi es el nuevo jefe del equipo, es tan bueno que el equipo que él comanda dará a luz a una legión de sabios de la táctica que invadieron el planeta. Le escudan Iniesta y Busquets y su arte para robar y esconder el balón es algo nunca visto. Con Piqué y Alves y el cambio de jerarquías, el equipo nada tiene que ver con el del grotesco final de Rijkaard.

Es 2008 y aún no sabemos que nos pasaremos el resto de la vida comparando a todo gran equipo con el pánzer de Guardiola. Espóiler: nadie ganará jamás la comparación.

Sobre todo porque los albores del gran Messi son una revolución: el niño Dios comienza a sembrar el mundo de milagros. Cada domingo, cada miércoles; cada domingo, cada miércoles. Da lo mismo el Sardinero que la Champions. El pequeño prodigio nunca ha sido tan feliz, y puede que nosotros tampoco. Es entonces cuando entendemos que hemos parido a Michael Jordan, y que la criatura tiene sólo 21 años.

Lo curioso del asunto es que Messi es la estrella de un equipo que sin él hubiera podido ganar también el histórico triplete. Pero con él a bordo, el reloj suizo de Guardiola, abandona el espacio tiempo y comienza a buscar rivales en las décadas anteriores. Si se puede jugar mejor, no sabemos cómo. Es un equipo de leyenda.

En la canción de cuna que nos mecerá en nuestros últimos compases en este mundo aparecen la obra maestra del 2-6, con la rodilla de Casillas besando el polvo víctima de una messinha; su primer rapto de furia en una final de Copa ante el Bilbao; y un gol con el escudo a Estudiantes que nos convierte en campeones de este Sistema Solar, y qué cosas tiene el recuerdo, de verdad que aún hoy nos salta las lágrimas.

Pero antes, claro dejó aquel póster estremecedor.

Era una mirada de concentración intensa y a la vez de exaltación, una mirada centrípeta, por así decirlo, y a la vez centrífuga, huidiza, y alguien habría podido suponer que también escondía una dosis de sufrimiento, un dolor retorcido, pero eso último ya no le pareció tan seguro (…) puesto que el dolor, pensó, estaba tan imbricado en la voluptuosidad, que separar los términos resultaba imposible, toda descripción exacta de aquellos sentimientos habría tenido que aspirar a una síntesis inalcanzable. 

Fue nuestra tercera Champions, y dejó la sensación de que nada más empezábamos. En aquella era, la consecución de títulos era como una recogida de fruta madura, un trámite, la culminación a la aplastante lógica de la superioridad. Y tal vez como consecuencia de la alegría coral que transmitía aquel equipo, o puede que  por la insultante juventud del crack de aquel equipo irrepetible, lo cierto es que en aquel entonces se cometió una aberración histórica que se ha arrastrado hasta hoy, para vergüenza de todos: el periodismo empieza a referirse al Jordan de nuestra era con apodos que deberían llevar a más de uno a Nuremberg. Unos optan por El Petitó, otros mantienen ese horror de La Pulga y, jódanse y bailen, en uno de los mejores textos que jamás se le ha dedicado a Messi se le tilda de perro. Si hubiera habido justicia, honradez y seriedad, al 10 del Barça le habríamos apodado Martillo de Thor, Leonardo da Messi o Thanatos Rey; seguramente mereció más fortuna la creación del cofundador de este rincón: La Bestia Parda.

Ocurrió todo en aquellos años. Las maravillas y milagros de Messi darían para varias enciclopedias, pero si nos apuntaran con una pistola y hubiera que salvar sólo una de las edades de la Bestia, el trienio 2008-2011 sería el que legaríamos a la humanidad. Fueron los días del Big Bang del futbolista de nuestra vida.

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