El hombre

El Dios del Fútbol (V): El hombre-club

17 octubre , 2021

«La orquesta se ha callado. El violonchelista comienza a tocar su solo como si sólo para eso hubiera nacido (…) Toca como si estuviera despidiéndose del mundo, diciendo por fin todo cuanto había callado, los sueños truncados, las ansias frustradas, la vida, en fin. Los otros músicos lo miran con asombro, el maestro con sorpresa y respeto, el público suspira, se estremece, el velo de piedad que nublaba la mirada aguda de águila es ahora una lágrima».

Las intermitencias de la muerte, José Saramago

«Prendrem mal«, dijo el mejor entrenador del planeta. Y con su adiós, Messi se hizo con el poder absoluto de un vestuario donde se habían hartado de tanta exigencia. Es por entonces cuando en el club se empiezan a referir a él, con más temor que ironía, como El Presidente.

En el banquillo se suceden Tito Vilanova y Roura, luego llega el Tata, al fin Luis Enrique. Pero todo el mundo sabe ya quién manda en el Barça. Por el momento se mantienen Busquets, Iniesta y Xavi para preservar el legado de un equipo de leyenda. Pero lo cierto es que  cada año se va un poco más atrás en cuanto a la idea suprema del guardiolismo. Y en algún momento, por nuestra culpa, por nuestra grandísima culpa, nos dimos cuenta de que ya no ansiábamos ver al Barça, sino a Messi. Con razón: lo que hace Messi es deslumbrante, tremendo. Maradona tres veces por semana. En cualquier partido tonto Messi puede hacer un par de goles que en un futbolista de elite serían los dos mejores de su carrera. Su ansia de jugar, de ganar y esa zurda insuperable hacen de nuestra vida futbolística una actividad tántrica que, parecía, no había de tener fin.

Llegan entonces locuras como los 91 goles oficiales en un año natural, el 2012. Nosotros, que llorábamos con los 30 de Romário y nos pellizcábamos con los 47 del Ronaldo Bueno Cuando No era Gordo, no dábamos crédito. Aún hoy, aquello parece ciencia-ficción.

Tal era el derroche de magia, que costaba verlo. Lo cierto es que el Barça ya no crece: decrece. Si entre 2006 y 2012 el Barça estuvo en  seis de las siete semifinales de Champions, desde el adiós de Guardiola Messi ya sólo pisará el escalón donde forjó su leyenda en dos ocasiones. La plenitud del futbolista total llegó en una época de lento ocaso del club, dominador en las competiciones domésticas y superado en las internacionales. Conviene recordar, sí, que Jordan jugaba con sólo cuatro mortales a su lado; Messi lo hace con una decena  y entre Puyoles, Mascheranos, Umtitis, Albas y Piqués volvería al cetro ya sólo una vez más: en 2015.

Habría que citar, como prólogo, que Rosell movió a toda la maquinaria mediática de que disponía para promover la venta de Messi y cambiarlo por Neymar. Pero la unanimidad de la demoscopia -el presidente que venda al Dios del Fútbol se va a la calle- salvó al argentino y con dudosas artes, que hemos pagado durante una década con fichajes sospechosos y gente siniestra a sueldo del club, el astro brasileño aterrizó al Camp Nou. Si la mera existencia de Messi ya era un pacto con Satanás, juntarlo con Neymar fue una idea que desafiaba las leyes de los hombres y de los dioses.  La cosa no quedó ahí: un año más tarde, comparecía el que se consagraría como uno de los delanteros con más pegada de la historia del club: Luis Suárez, que se retirará como el mayor asistente que conoció Messi. Era un tridente tremendo. En esta caverna, el mejor que hayamos visto, porque Neymar iguala al mejor Ronaldinho, Messi sublima su versión adolescente y Suárez supera a Eto’o.

El precio a pagar es conocido: el centro del campo, santuario del mejor Barça, queda en segundo plano. La medular es ahora un espacio concebido para equilibrar a un equipo que tiene que hacer llegar el balón a los bárbaros de arriba. Luis Enrique lo entiende, y se lleva así una quinta Champions que tiene un momento álgido de nuevo en las semifinales, cuando La Bestia Parda le recuerda al mundo que sigue siendo el mejor, con una actuación para la historia y otro gol de museo.

Al margen de aquel éxtasis, son años de rutinarias victorias en Liga y Copa, y de sonados batacazos europeos. Tiempos de hinchar el palmarés y gozar lo indecible en partidos grandes, en partidos medianos y en partidos pequeños. El placer de ver  a Messi es supremo. Así, mientras un Barça menos coral y elaborado y básicamente intratable en España, Messi va triturando récords. Repasarlos da miedo: en el club de Gamper, Samitier, Kubala, Cruyff, Stoichkov, Rivaldo y Ronaldinho, un solo jugador detenta todos los récords: Leo Messi. Asombros: 21 jornadas consecutivas de Liga marcando. 25 goles en competición internacional en un solo año (éste, cosa extraña, es un récord compartido, en su caso con un señor que lo logró en 1909). Seis Botas de Oro. Seis Balones de Oro, que habrían sido ser tres más sin los Robaldos. Ocho Pichichis. Máximo goleador en un solo club superando a un tal Pelé. Jugador con más victorias en Liga. 26 goles al Mal. Y por supuesto, futbolista del Barça que más veces lució la camiseta: 778 veces nos sentimos el pueblo de Israel abriendo las aguas del Mar Rojo.

Pero esos años de exuberancia vinieron acompañados de la barbarie sandromeuísta y con una directiva tan nefasta su poder se disparó a límites no saludables. Ningún entrenador podía discutir ni reconducir su autoridad y con Valverde se fraguó un pacto: en la caseta mandaba Messi, que se preocupaba de que la incompetencia e infamia de la presidencia del club no traspasara la puerta del vestuario. Y así, en tiempos de suma incompetencia y autodestrucción, los títulos siguen cayendo y el Hombre-Club se lo cobra en sus propias renovaciones y las de su séquito, y rebajando el listón de exigencia en los entrenamientos. En la desgraciada noche de Liverpool se perdió la posibilidad de verle levantar una última orejona, pero incluso entonces, los lamentos del pueblo barcelonista, el suyo, eran unánimes: «Ara ens marxarà el Messi«.

Porque, en efecto, durante la última década del hombre-club, el barcelonismo se acostumbra a vivir con una angustia pegada al cuerpo, con una febril pesadilla nocturna que va y viene. La posibilidad de que La Bestia Parda pudiera abandonarnos. Dijo Valdano de Maradona que en fútbol nunca antes un hombre había sido todos los hombres. De Messi podemos decir que nunca antes un hombre fue todo un club. A él le tocó serlo en tiempos de desatada enfermedad nuñista; aún así, nos regaló océanos de fútbol.

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