Viendo a Baraja celebrar con desesperación su gol y al presidente del Valencia llorar ante los micrófonos comprendí qué pasó el jueves en Mestalla. Si la raquítica banda de Koeman ganó fue porque era su última bala, su única posibilidad de salvar el año. La necesidad mueve montañas. Y echando una vista a la lacrimógena historia del Barça, uno comprende que a lo largo de décadas hemos sido los primeros en beneficiarnos del todo o nada copero.
Si marcamos un antes y un después en la historia del fútbol español con la llegada de un búlgaro a este país en verano de 1990, vemos que los número hablan por sí solos. Hasta 1990, el Barça ganó sólo una de cada seis Ligas. En muchas de esas temporadas, salvar el año dependía de ganar la copa borbónica, franquista o ancestral. Precisamente por eso, en aquel tiempo inmemorial los azulgrana ganaron 22 copas, con una muy digna media de una cada cuatro años.
Pero desde 1990, y con Cruyff como entrenador, azote o vicepresidente deportivo encubierto, la Liga se ha convertido en un festival: el Barça gana una de cada dos ediciones y con semejante sobredosis de proteínas en el menú ya nadie se juega el bigote en la competición del KO. Por eso en 18 años sólo hemos ganado dos trofeos, un promedio lamentable que compartimos con el glorioso Espanyol.
Hay quien dice que el fútbol es un estado de ánimo. A veces es algo mucho más sencillo: el fútbol es que un jugador sepa que podrá salir a tomarse un café sin que le insulte cada panadera o taxista que le vea cruzar la calle.
PD: El fracaso de Valencia para mí no fue tal. Hacerle 12 ocasiones de gol a un equipo donde todos defienden como si les fuera la vida tiene mérito. Cierto es que Zambrotta es un castigo de Dios, y que lo de los pivotes y las lesiones ya cansa, pero en Mestalla vi al equipo que ganará la Liga gracias a sus Militos.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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