Había que verle la cara el pasado 26 de junio a Joan Laporta durante la presentación de Henry. Sonreía como un niño bobo contemplando la euforia de la grada, que se sentía orgullosa después de doce meses de tortura. Aquel mismo 26 de junio, otro hombre ambicioso fruncía el ceño, se rascaba una oreja y sonreía satisfecho.
Una de las grandezas del fútbol es que aparentemente entra por los ojos. El juego, el balón y los gladiadores constituyen un guión tan divertido como comprensible. Y de ahí que a la que uno ha visto 50 partidos piense que ya lo sabe todo sobre este deporte. «De fútbol, toros y medicina todo el mundo opina», dicen, desolados, algunos matasanos. Me uno a su dolor: el fútbol es una ciencia compleja y difícil de dominar.
Rosell tiene muchos defectos, pero tiene olfato para esto del balón, y en este momento concreto, parece que es el único con una cierta lucidez. Además de haber gestado al Barça campeón 2004-2006, sus profecías ponen de relieve su capacidad para entender los secretos de un juego que se basa en los cracks. Cuando alertó de que el Henry que había fichado por el Barça no valía 24 millones, acertó. (Nota al pie: soy de los que piensa que una Champions no tiene precio y que ésta nos la dará el más rencoroso de los delanteros de este equipo, con lo que se le perdonará su ausentismo).
Off the record, Rosell ya predecía a principios de temporada, cuando parecía que la Liga era un asunto sencillo, que la temporada sería catastrófica. Acertó. El antiguo hombre Nike tiene una ambición tan enorme que asusta, como la del mismísimo Laporta, y trae consigo al grupo de comunicación que pedía la beatificación de Núñez. Y cuenta con un dominio de sí mismo y de las relaciones que jamás tendrá el amic Jan, cosa fundamenta en esta Catalunya pacata.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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