La caverna rezuma hoy optimismo. Siguiendo la trayectoria de este equipo desde la fraudulenta fase precia hasta el serio ejercicio de anoche, uno se da cuenta de que el Barça tiene a su lado el arma más poderosa: la potra.
En octavos nos cruzamos con el Celtic donde otros años habíamos encontrado al Chelsea o al Liverpool. En cuartos, que tuvimos que jugar sin Messi, al muy combativo Schalke 04, que nos hizo sentir como en una segunda ronda de Intertoto. Y ayer, entre la espada y la pared, el gran Cristiano Ronaldo falla un penalti por milímetros y Busacca se como otro clamoroso.
Cierto es que acabó el partido con 19 disparos del equipo de Rijkaard y seis de los de Ferguson, pero nadie puede dudar de que ayer se salvó el pescuezo y se sembró el pánico en Old Trafford, un estadio que se cree inexpugnable a costa de abusar de las peores defensas del mundo después de las de la liga congoleña.
Con la chorra tan descaradamente de nuestro lado -hasta la fecha el asunto me recuerda a la Champions del Liverpool y, atención, a la del Real Madrid de 1998- resulta obligatorio ser optimista por más que en este club se crea que la victoria hay que merecerla desde el virtuosismo, no desde dentro del área.
Este martes, en la que puede ser la noche más feliz en dos años, Messi podrá aguantar 80 minutos, Deco estará aún más asentado y Henry habrá convencido a quien convenga de que la final pasa por sus pies. Además, no hay duda de que el equipo volverá a apretarse como un cuádriceps troyano para dejar al United en un par de ocasiones.
Old Trafford no da miedo. Son 90 minutos, es fútbol y juega un Barça coronado con la mejor de las virtudes: la suerte.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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