Este equipo, a base de falta de fe, puntería, arrestos y suerte, se ha empeñado en ridiculizar mis profecías. Viendo a Kameni abortando una ocasión tras otra, a Bojan chutando tercamente lejos de los tres palos, ayer, 19 de abril, comprendí que este equipo está condenado a la sepultura.
Antonio Machado, que nada tenía que ver con el mundo del fútbol, habría entendido mi optimismo desaforado cuando asistía a la lenta muerte de su esposa Leonor. «A un olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo algunas hojas verdes le han salido», escribió en un rapto de esperanza inútil. «Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera», añadía.
Aun asumiendo este adiós al equipo que nos hizo soñar -adiós a Deco, quiera Dios que pueda mandar una última vez desde la medular; adiós a Ronaldinho que me empaña los ojos sólo de imaginarle fuera de su jardín privado-, es posible darles una despedida de reyes. ¿Recuerda alguien alguna temporada en que el Barça no haya firmado ni un solo gran partido, grande de los de verdad? Este año ha ocurrido. No hemos ganado bien a nadie. Y viene este Manchester que se siente fuerte procedente del país de los ciegos y un marcador se me aparece en la mente: 4-0. Porque ellos tienen la Premier y los azulgrana no tienen nada. Porque Milito y Touré están desesperados. Por Henry. Por un prodigio llamado Messi. Por las venas hinchadas de Etoo gritando antes del partido. El miércoles es el gran día.
Cuentan que el filósofo y sabio universal Emmanuel Kant, que nunca en su vida salió de su pequeña ciudad natal de Königsberg, decidió antes de morir salir de casa una última vez para dar un paseo. Rápidamente corrió el rumor por el lugar y al volver a su casa, de la que ya no volvería a salir, se la encontró llena de gente que le hizo un pasillo para rendirle su último tributo en vida.
Eso espero de este Barça: un último paseo, un ataque de orgullo, para arrollar al United y recordarnos a todos que nadie en los últimos cinco años ha jugado tan bien como este equipo moribundo.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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