¡Qué bello despertar el lunes y verse 15º, en la noble compañía de Betis, Athletic, Mallorca y Málaga! ¡Qué bonita forma de comenzar la Liga tras tres meses de pesadilla sin fútbol! ¡Qué hermoso ver al Espanyol líder! Esta caverna no ha perdido el oremus a pesar de sus esfuerzos en esta dirección durante el fin de semana: las derrotas en septiembre son una bendición del cielo siempre y cuando no turben la mente de los dirigentes.
Recuerdo una conversación con cierto sabio a quien se ha hecho habitual ver sonriendo junto a Guardiola en cada entrenamiento, que aseguraba, convencido, que nada mejora tanto a un equipo como el linchamiento mediático tras las derrotas. «Cuantos más palos, mejor: se junta el equipo y cada cual saca el orgullo». El propio entrenador, que suma un gol en los últimos tres partidos oficiales, ya avisó antes del partido qué esperaba en caso de no ganar. «No pasa nada, saldré aquí a que me deis de hostias». No lo decía con miedo, lo decía sabiendo que eso ayuda.
Este deporte no entiende de impaciencias y se cuece en primavera. Los campeonatos se ganan entonces, siempre y cuando no se llegue al final de la primera vuelta realmente descolgado. Eso no ocurrirá, y menos viendo la sabiduría con que el entrenador trabaja a largo plazo. La presencia de Pedro, Hleb, Piqué y Busquets en el campo ayer fue un aviso de que sólo jugará el que llegue mejor al partido, el que más haya entrenado. Eso puede costar puntos en otoño, pero da títulos en mayo.
Lo único preocupante del partido fue ver que la suerte nos da la espalda -a la larga, la fortuna siempre se iguala- y constatar que falta gol. Cruyff y Txiki no ficharon el pasado verano, ellos sabrán por qué. Pero a este proyecto joven y tierno le conviene aprender a sufrir.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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