En esta caverna creemos que Rijkaard, después de París, no fue más que un jinete apocado que no supo cambiar de caballo cuando reventó al que le había llevado a la gloria. Pensó que con lo que había le llegaba para ganar otra Liga, por lo menos, u otra Champions. Laporta, con sus datos de popularidad siempre actualizándose en su despacho, también lo pensó. Y los cálculos púberes de Laporta y nuestro Muy Budista Entrenador se equivocaron, pero por muy poquito.
Algunos aún no han olvidado que la Liga 2006-2007 se perdió por goal average contra un equipo menor pero moldeado por la fiera mandíbula de Capello. Aquel Barça fue el máximo goleador de la Liga y el menos goleado, y logró el hito de no ganar el título pese a empatar con la misma banda que hoy entrena Schuster: faltó un solo y raquítico punto. Punto que perdieron contra el Betis, en el minuto 89, o contra el Espanyol, en la noche más negra desde Atenas, con el tiempo cumplido.
En la semana en que Gijón vio a un Barça voraz, tocador y con instinto asesino, ha querido el calendario que nadie lance las campanas al vuelo y sencillamente nos limitemos a medir a este equipo comparándolo con el de Rijkaard: en sus últimos dos años, el Barça sólo ganó una vez al Betis en cuatro partidos, en los dos últimos años, el Espanyol ejerció de bestia demoníaca, de cancerbero tricéfalo e imbatible.
A Rijkaard no le gustaba comparar a sus equipos -a menudo habría salido ganando- pero eso es lo mejor que puede hacer el barcelonismo esta semana: medir qué son capaces de hacer los chavales de Guardiola, cerrar los ojos y jugar a la quiromancia y tratar de augurar de qué seremos capaces en abril y mayo, cuando de verdad un partido puede engrosar un palmarés o convertirse en una derrota que será recordada para siempre como la que nos costó un título.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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