No hace falta ser Nietzsche ni pasarse el día en la biblioteca para saber que la historia tiende a repetirse: desde el sofá de casa, equipado de un mando en la mano y luciendo bigote de espuma cervecera, se aprenden hermosas lecciones.
En sólo quince días, los futboleros hemos asistido con placer al espectáculo implacable del peso de la historia. Primero fue ese artista maligno llamado Del Piero que masacró al Madrí con el sello añejo que tuvieron los mitos futbolísticos que alumbraron los años 90. Pinturicchio cuenta hoy 34 años pero lleva ya cuatro dedicado a la épica tarea de alargar su magisterio en unos tiempos que ya no son los suyos. Desplegó su talento en los 90 y hay algo en su fútbol, en esa zancada corta y lenta, que le convierte en un romántico, que recuerda a Hagi, Laudrup o Romário; a esos viejos maestros que maravillaban sin ruborizarse por no entrenar, por tener calambres, por sus físicos frágiles. Y sin embargo, Del Piero reinó en el Bernabéu y sacó la lengua a la noche madrileña para celebrar sus goles –en un gesto, por cierto, que pusieron de moda los Rolling Stones en los 70, pero que han empleado los guerreros maoríes en sus danzas bélicas desde hace siglos-.
El arte de golear pasada la treintena no es una exclusiva del italiano, claro. Ahí están las tremendas temporadas que han firmado en los últimos años Raúl o Van Nistelrroy. Sin embargo, hay algo de metálico el instinto asesino del holandés y en la tozudez del capitán blanco que les convierte en hijos androides del nuevo milenio. Del Piero es distinto. Ya hace tiempo chocó con Capello, porque éste, en su sabiduría, lo reservaba como a una de esas trufas blancas que da el norte de Italia. Aquellas sesiones de banquillo, de ver pasar por delante de él a delanteros musculosos y hambrientos, sirvieron para preservar su calidad y olfato, para verle cantar gol en el Bernabéu, en un alarido que compartió con Cantona, Francescoli o Baggio.
Y esta semana hemos presenciado la proeza del Real Unión, todo orgullo y fe, propio de unos jugadores y un escudo que no han olvidado que ganaron hasta cuatro veces la Copa y uno de los equipos más temidos de España. Los goles de Eneko Romo y compañía fueron para algunos un milagro. Viéndolo con perspectiva, tras la parálisis sobrevenida de Dudek, como tras la la parábola de Zizou en Glasgow o el triunfo del Liverpool en Estambul ante el Milan, se escondía una sencilla verdad que resuena en las grandes citas: la historia juega y gana.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
7 Comentarios
You must be logged in to post a comment Login