Aunque parezca lo contrario, el barcelonismo debe mucho a Florentino. Primeramente, porque con el fichaje de Figo y la invitación permanente a Aznar a ese palco presidencial terrorífico dejó claro a los niños desorientados a quién tenían que odiar. Segundo, porque echó a Hierro y Del Bosque, dejando sin rumbo al equipo durante dos años y segando la tradición blanca de orgullo, sacrificio y unión como clave para ganar.
Ya en su día presentamos aquí a Floren como un chavalín tímido y adicto al PC Fútbol, ese entrañable juego en que cuantas más estrellas millonarias hubiera en el equipo, más goles metías, independientemente de que no tuvieras ni centrales ni centrocampistas. El bueno de Floren, ex concejal de urbanismo de Madrid con la UCD que después se pasó a la inmobiliaria, no comprendía que el fútbol no es tan fácil como enriquecerse con buenos contactos. Ahora parece que quiere volver y eso llena de gozo al Barça, que sabe perfectamente lo difícil que es competir cuando el sillón presidencial es el primer enemigo.
Podría objetarse que la dupla Calderón-Mijatovic es la mejor posible para gobernar -con perdón- la nave merengue. Sin embargo, Florentino parece no haber perdido el sentido del ridículo ni un ápice de su popularidad en esa ciudad de la recalificación, la camisa rosa y el tupé engominado. Y además, podría llegarse a la situación hermosa de que Florentino provocara unas elecciones anticipadas para encontrarse como rival en las urnas -atención- a Aznar y Villalonga. De llegar ese día, habría que hacerse socio del Madrí sólo por el gusto de recibir la publicidad de los candidatos, que ofrecerían stock options, uñas de la abuela de Pelayo o solares a sus votantes.
Tanta diversión promete años de bonanza en lo deportivo y sólo viene turbada por una realidad: con semejante colla, Laporta parece bueno. Sí, ese hombre al que sólo apoya el 38% de los culés.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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