El barcelonismo comparte una pesadilla: en ella, sobre fondo verde y ante el silencio sepulcral de la multitud, una decena de jugadores vestidos de blanco se abraza.
Eso no cambia ni siquiera en tiempos de euforia, en que el club quiere ganar, el vestuario es una piña y el equipo hace un fútbol excelso. Llega La Banda rota, como el espejo roto de las convulsiones que ha vivido la Casa Blanca en el último lustro, con un fútbol lamentable y una alineación escandalosamente descompensada.
Pero es el Madrid, el equipo más ganador de la historia del fútbol. Y es el Barça, el equipo que ha tenido la épica misión de plantarle cara proponiendo fútbol de museo, funambulsimo táctico y malabarismos con la pelota. La caverna vive una semana de miedo, casi de depresión. La llegada de Juande hará reaccionar al vestuario blanco. Elementos como Guti o Sergio Ramos se agigantan estos días en un equipo desesperado y acuciado por la posibilidad de salvar una temporada que pinta fea. El orgullo de Raúl, Hijo de Di Stéfano, acalla toda lógica de la superioridad arrasadora azulgrana. Y Dios no quiera que para hablar de Saviola haya que sacar del olvido a personajes lamentables como John Wilkes Booth.
Para añadir histeria a la situación, el fútbol ha mandado un aviso esta semana: el Barça sigue siendo el de los palos cuadrados de Berna, el equipo que queda primero de grupo para exponerse a un enfrentamiento con Chelsea, Inter, Olympique o Arsenal.
Que empiece ya. Que acabe. Que por lo menos rasquemos un empate. Que disfrutemos de esta pesadilla del fútbol por muchos años.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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