A fuego lento, como las buenas recetas. Así es el fútbol de Xavi Hernández y así ha llegado al Olimpo de los cracks. A la hora de hacer balance del año, es más fácil quedarse con el juego exuberante de Torres, Cristiano Ronaldo o Messi. Pero lo que hace Xavi con la velocidad de un niño de seis años tiene más mérito.
De sus fabulosas cargolades cuando algún insensato le entra de golpe para robarle el balón, de su visión de juego y su recuperada ambición han salido algunos de los mejores momentos que se han visto este año en el fútbol mundial. En el año que empezó como el del hundimiento definitivo del Barça, Xavi comprendió, a sus 28 años, que había llegado su hora de decir que el equipo es suyo.
Lo hizo en un equipo en ruinas en que sólo Milito y Touré rendían al nivel Barça. Él, que lleva en su cabeza el mapa secreto de la ruta Cruyff hacia los secretos del buen fútbol, pasó de ser un arquitecto lúcido a un ejecutor perfecto. Acabó la temporada con su récord de goles y, sobre todo, demostrando a Deco que era mejor que él. Luego volvió de la Eurocopa convertido en el centrocampista más decisivo del continente, capaz de abrir la lata en semifinales, y tan bueno que hasta un mal pase suyo se convirtió en el gol decisivo que dio a España el título.
Lo mejor estaba por llegar. El nivel que está ofreciendo Xavi en estos tres meses de sinfonía exquisita con Guardiola supera a cuanto se haya visto de él hasta ahora. Lo ha hecho, además, ante el escepticismo de la eterna legión de críticos que le acompaña. Pero los números no engañan: suma seis goles y 14 asistencias. Sólo Messi es más productivo, pero el seis, además, acompasa las agujas del reloj del Barça.
Maqui, ese jugador feo, pequeño, diestro y sin cambio de ritmo ha alcanzado este año el nivel prodigioso de Lampard y Gerrard, y lo ha hecho sin zapatazos y reivindicando la artesanía del fútbol de toque.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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