Hace unos pocos meses visité el gélido y maravilloso monasterio de San Juan de la Peña, cerca de Jaca. La leyenda dice que un joven cazador que se despeñó por un barranco fue quien descubrió ese rincón. Él y su hermano erigieron el templo, y con los años, se vieron favorecidos por los reyes de Aragón, que dieron a los monjes el derecho a crear sus propias leyes. Tras siglos de lenta decadencia, el lugar es hoy un panteón de reyes olvidados.
Cuando toca derby, al bacelonismo le gusta levantar la mirada y ver qué se cuece en la montaña de Montjuïc. Y cuesta no sonreírse ante la eliminatoria más desigual de los últimos años. El Espanyol es ese equipo en que Lotina, Valverde, Márquez y Mané no han sabido ganarse la confianza de unos directivos de mongetada que ante las grandes decisiones siempre se han puesto del lado del vestuario, ese eufemismo que en el Espanyol quiere decir Tamudo & Cia.
El delantero de Santa Coloma es, como esta misma semana recordaba Enric González, uno de los pocos jugadores de club que quedan en Europa. Sin embargo, no es del estilo de Puyol o Raúl, que darían una pierna por ver ganar a su equipo. Parece que Tamudo ha tramado un plan para conseguir tener siempre a un entrenador que respete su jerarquía y tener al equipo lo bastante hundido como para levantarlo a final de temporada y erigirse en salvador una vez más.
Respecto a lo primero, queda claro que lo ha conseguido: colocó a Márquez, se cansó de él, Mané tampoco le convenció y ahora opta por su amigo Pochettino, cuya única experiencia se limita a haber sido segundo entrenador del Espanyol femenino. Si algo se torciera entre Poche y él, todo apunta a que Tamudo se postularía a sí mismo como entrenador-jugador. Seguramente, ya nadie en Montjuïc, ni siquiera el sabio Golobart, duda de que se le ha dado demasiado poder al jugador que hace dos veranos pudo dejar en las arcas del club los 18 millones que daba el Villarreal. Tamudo es la encarnación de aquella máxima de Valero Rivera, que proclama que el jugador, ante todo, es egoísta.
El Espanyol es algo más que un equipo odioso: es un club entrañable, melancólico y perdedor, que aviva la rivalidad ciudadana y de vez en cuando consigue equipos terriblemente competitivos. El Espanyol no se merece estrenar su flamante estadio en el olvido de la Segunda, convertido en un panteón de viejas glorias como Tamudo, De la Peña o Luis García. El Espanyol no merece que tres monjes a los que se dio demasiado poder conviertan Cornellà en un conjunto de ruinas desoladoras.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
2 Comentarios
You must be logged in to post a comment Login