Alguien escribió, a cuento de los premios y las distinciones en el fútbol, que los jugadores tienen alma de chatarrero y espíritu de pirata. Por algún extraño motivo, les emociona ganar el Balón de Oro y les deja fríos el FIFA World Player. El primero lo conceden los corresponsales de France Football y el segundo, los entrenadores y capitanes de todas las selecciones del mundo. Y sin embargo, es el primero el que les arranca las lágrimas, mientras que al segundo le destinan una sonrisa complaciente.
Otro ejemplo es el veraniego Teresa Herrera, que por su atroz tamaño es considerado en muchos rincones de Suramérica un título oficial. Qué decir de las incalificables clasificaciones de la IFFHS, que mes a mes concide distinciones estrambóticas y a menudo inexplicables. Un debate más serio exige estudiar por qué el Mundial se considera la competición más grande del mundo, cuando el nivel del fútbol de selecciones está cada vez más lejos del de los clubes, convertidos en onces de estrellas planetarias. Los sentimientos nacionalistas exacerbados lo explican sólo en parte: la verdadera razón de que el Mundial sea el título por excelencia está en que no hay un solo jugador en el mundo -Oleguer al margen- que no haya soñado con levantar ese título como hicieron Pelé o Maradona.
Las ganas de perdurar, de dejar su nombre en la historia, son lo que mueven a los grandes jugadores. Saben que cuanto más metal haya en las vitrinas de su casa, más años durará su recuerdo. Que cuantas más distinciones ganen, más tiempo saldrá su nombre en las tertulias de los bares. Cuando vi a Messi celebrar el gol 5.000, el de la remontada en Santander, no tuve ninguna duda de que le hacía ilusión esta circunstancia.
La semana le ha dado la razón: han aparecido nombres exóticos y remotos como Marco Aurelio -marcó el gol 1.000- y Zaballa, autor del 2.000 para desesperación de Zaldúa, que marcó antes y después que él. Hemos recordado que un día el Camp Nou veneró a una máquina de golear llamada Quini, que hizo el 3.000 y cuyo partido de homenaje pude presenciar entre ríos de lágrimas, conscientes de que la escenografía del Camp Nou equivalía aquella noche a un entierro. Hemos rescatado a Amor, quinta esencia de las virtudes de La Masia y de la bonhomía, de quien años después aún dicen esto los que vivieron en el Dream Team: «Siempre se hablaba de Guardiola, pero el Guillermo era per sucar-hi pa«.
Si mil goles ligueros equivalen a una década y éstas pasan a la memoria por sus goleadores más certeros, está claro que dentro de cincuenta años los ancianos que queden para verlo recordarán con ilusión a esa pequeña maravilla llamada Messi que voló como un avión por encima de un lateral que le sacaba una cabeza, resistió un penalti y se propulsó como sólo él sabía para empalmar de volea cruzada un golazo al Alzhéimer.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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