Se acaba la agonía, la noche ha llegado. Barça contra United. El partido del año, del siglo. El juicio final. Todo o nada. La locura colectiva o la más negra depresión. Por sexta vez en la historia, el barcelonismo se prepara para la guerra del fin del mundo. Y llega en el mejor año de su historia, contra el rival más grande posible.
El Manchester United es ese producto artesanal de la megalomanía de Ferguson. Esa bomba de adrenalina y furia llamada Rooney, el equipo más cabal del explosivo fútbol británico, la defensa más claustrofóbica de las islas. Es un equipo donde hasta un coreano parece decisivo. Sobre todo, es el equipo de ese bípedo único llamado Cristiano Ronaldo, ese velocista capaz de oler la escuadra desde 45 metros, a balón parado, en carrera, de cabeza, driblando o pasando. Es el delantero más completo del mundo, el Balón de Oro. La punta de lanza de un equipo endemoniado que no sabe lo que es perder una final europea.
Enfrente, nosotros. Los de Berna, Sevilla y Atenas. Los de Wembley y París. Los del balón, los rondos, los tres delanteros. Los que sólo en este escenario pueden vengarse de lo que la historia les robó. Los de Guardiola, Xavi y Messi, que clama por su trono. Los que rozan el infarto en la victoria y se hunden miserablemente en la derrota.
Es la madre de todas las batallas, y nos presentamos con una sola certeza: «Nada, excepto una batalla perdida, puede ser tan melancólico como una batalla ganada».
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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