El 1 de julio es una fecha temida por los futbolistas una vez cumplida la treintena. Ninguno ignora que en esa fecha, algún año, les tocará decir adiós al balón. Hasta a Messi le llegará ese día y creánlo, si por entonces juega en Europa, ese triste momento llegará en tal fecha como la de hoy.
Marca daba ayer una lista de 48 jugadores que quedan en paro. Entre ellos, campeones de Europa como Morientes, Dudek o Maniche y clásicos como Javi Guerrero, Alberto o Quique Álvarez. Pero los grandes tótems que desde hoy han abandonado su condición de futbolistas -y sin esperanza de arrancar un último contrato- son Maldini y Figo.
El primero es la leyenda rojinegra que ha ganado cinco Champions y lideró un equipo segundón hasta converirlo en un grande entre los grandes. Su adiós en San Siro fue una cosa digna de verse, conmovió a los futboleros de todo el mundo. En el recuerdo, su presencia en una zaga con Tassotti, Baresi y Costacurta; un sprint increíble contra Kanchelskis en la Eurocopa de 1996, la fatídica noche de Estambul en que marcó el primer gol de la final, el humor con que se tomaba su trabajo: en cierta ocasión, en Milanello, ni siquiera hizo ademán de ocultar que estaba consultando webs porno en su PC a escasos metros de los periodistas. Se va como un mito, hijo de campeón y padre de un chaval que ya hace cosas como éstas: http://www.youtube.com/watch?v=zXpPD3FpxIg
Por Figo, en cambio, nadie ha vertido una lágrima. Un hombre que ganó el Balón de Oro y el FIFA World Player, un driblador único que trajo su cambio de ritmo y su concepción espacial del regate al siglo XXI. Nada igual desde George Best. Y sin embargo, será recordado como el hombre que pudo ser mito pero que, por fidelidad a su agente, traicionó a todo un pueblo; como el estúpido que logró la gesta de ser capitán del Barça antes de convertirse en persona non grata en Catalunya. Ni siquiera Guardiola, que se ha hartado de glosar la buena persona que es «ese portugués», ha evitado que en dos ciudades como Lisboa o Barcelona se le llame Judas. Porque el fútbol no es sólo negocio, requiere sentimiento, gestos, complicidad.
Tampoco ha tenido suerte retirándose a la vez que Maldini. Del italiano contaremos enormes historias; del ex madridista, a quien nadie homenajeó en su adiós, responderemos con una pregunta: «¿De quién coño hablas?».
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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