Lo vieron 93.000 personas en el estadi y millones por la tele: qué exhibición, qué escándalo, qué golpe de autoridad. El mejor equipo del mundo aplastó ayer al primer fraude millonario que le ha visitado esta semana reservando a sus dos mejores delanteros. Qué pensaría Ibrahimovic sentado en el banquillo: «He venido a un grande». Qué pensaría Eto’o corriendo desesperado por el campo.
Enfrente tenía un equipo donde jugaron nueve canteranos, por sólo uno su rival. Un equipo donde Busquets se doctoró en una gran cita -su sombrero ilustra una exhibición espectacular- y Pedro demostró que puede ser Pedrinho con un control y dos regates de fuoriclasse. Sobre todo, el equipo de Xavi e Iniesta, la máquina más perfecta que se ha visto.
No sólo Eto’o debió de sentirse ayer en un equipo pequeño. Pienso en Maicon, el superhombre que ha hecho de Alves un suplente. Pienso en Motta, minimizado, debió acordarse de su carrera tirada a la basura por su mala cabeza. Para completar la felicidad, Mourinho sacó a última hora a otro rompevestuarios como Quaresma. Unos con Eto’o, Motta y el portugués, los otros con la cantera y reservando a sus estrellones.
Fue una noche grande, una noche para entender por qué el Barça se libró del camerunés, de Hleb y de Cáceres: para ser un equipo aún mejor, algo que parecía imposible. Los culés con hijos pequeños ya lo saben. Pueden tender sus baberos al sol y preparar sus pañales, porque, ¡horror!, viene La Banda. Y a lo mejor -quién sabe- Guardiola cree oportuno que jueguen dos suplentes llamados Messi e Ibra.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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